La comezón del undécimo año

The seven year itch (novela de Richard Yate que en su versión cinematográfica se «tradujo» en España como La tentación vive arriba) se centra en una crisis. Personal, aunque más o menos común a toda la humanidad, que afecta a la vida en pareja al cabo de siete años. Es posible que ni la novela ni el análisis psicológico ni la película hubiesen trascendido tanto si no fuese por la escena de Marilyn y su ondulante falda, pero lo cierto es que -quién más, quién menos- todos sabemos de qué se trata.

Hay parejas, sin embargo, que escapan al modelo. No es que esquiven la crisis, pero les llega más tarde. Y no hablo de seres de carne y hueso, sino de activos materiales, de «guita», para que nos entendamos.

Viajemos a 1991 en Argentina, un país devorado por la hiperinflación, la burbuja financiera (allí se la llamaba bicicleta), la inexistencia de crédito, el déficit fiscal y una deuda pública creciente, que se había engordado de manera fraudulenta en tiempos de la dictadura, cuando la deuda de las empresas privadas, nacionales y extranjeras, pasó a ser responsabilidad del Estado. La solución para frenar ese desaguisado fue la Ley de Convertibilidad, que básicamente consistió en equiparar uno a uno el peso local con el dólar USA, es decir, dolarizar la economía.

Aquello funcionó. La inflación se paró en seco, volvió el crédito, las inversiones extranjeros cayeron en avalancha, el Estado fue liquidado a golpe de privatizaciones y el país vivió un período de expansión más o menos considerable. Pero claro, la economía argentina no es la norteamericana y la falta de autonomía monetaria -entre otras muchas razones- ayudó a asfixiar un mecanismo que pudo ser puntualmente útil, pero que en ninguna cabeza lógica o bienintencionada podía suponerse eterno. Varios préstamos, rescates, ajustes y recortes más tarde la situación estalló. El país entró en cesación de pagos, llegó el corralito y la pareja peso/dólar tuvo que aceptar el divorcio. Fue en 2002. Habían pasado once años. Retened por favor la fecha.

Por esas mismos días, a principios de 2002, España no vivía ninguno de los males de Argentina ’91. Más bien al contrario, comenzaba una etapa de crecimiento sostenido. Pero su pertenencia a Europa y el sueño de formar parte de un bloque económico capaz de competir de igual a igual con USA, los pujantes países asiáticos o una Rusia que acababa de estrenar modelo capitalista, la empujaron con fervor y hasta con indisumulable orgullo a formar parte del euro, la moneda única que comenzó a circular entonces y nos convertiría en potencia, y a la que «inexplicablemente» países como Gran Bretaña o Suecia decidieron darle la espalda. 

¿Inexplicablemente? El euro demoró algunos años en demostrar que era, en realidad, el nuevo disfraz del viejo marco alemán, y atar a él las monedas nacionales fue, además de perder la soberanía monetaria (tal como hizo Argentina), un modo de promover una especie de uno a uno no declarado entre el marco y, en nuestro caso, la peseta. Aquello trajo problemas casi desde el principio, como el factor redondeo y la inflación encubierta, pero en pleno auge de la burbuja inmobiliaria y con la euforia de no tener que cambiar moneda cada vez que íbamos a Francia, Italia o Alemania no le hicimos demasiado caso. Claro que la economía española (ni la griega, ni la portuguesa, ni la irlandesa, ni siquiera la italiana) es la alemana, y la falta de autonomía monetaria -entre otras muchas razones- ayudó a asfixiar, etc, etc… (véase más arriba).

Ahora estamos en la etapa de préstamos, rescates, ajustes, privatizaciones y recortes varios. ¿Cuántos años cumplirá el euro en 2013? Pues si nadie toma una necesaria y drástica decisión con anterioridad, ya podemos intuir cuándo asistiremos al divorcio del marco (euro) y la peseta.

(Por cierto, Marilyn filmó The seven year itch en 1955. Ella también acabaría suicidándose…)

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1 comentario en “La comezón del undécimo año

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