Anoche, al final de la multitudinaria manifestación en Madrid, dio la sensación de que algo cambiaba. La presencia de los bomberos frente a las vallas que rodean el Congreso empujó al resto de la gente a incrementar la presión, y durante algunos minutos alguien pudo pensar que su fuerza podía alcanzar para abrir el paso hacia las puertas de las Cortes. Por fin no sucedió nada de eso, ni siquiera estuvo cerca, pero quizás hayamos asistido al «momento bisagra» en el tono y los objetivos de estas concentraciones que comenzaron hace 14 meses, con la ya mítica marcha del 15 de Mayo de 2011.
¿A qué me refiero? Muy sencillo. El carácter «no violento» del que se invistió el Movimiento 15M desde el día de su creación derivó hasta ahora en una impecable lección de civismo. Uno, que nació y creció donde le tocó nacer y crecer, muchas veces en estos 14 meses se preguntó qué pasaría con esta larga riada de manifestaciones en cualquier país de Latinoamérica; cuánto hace que habría caído el primer muerto, ese cuyo nombre y apellido serviría para bautizar el propio Movimiento. Aquí no. Aquí todavía, y por suerte, nadie disparó la primera bala. En España, los escasos brotes de violencia ocurridos hasta la fecha se debieron más a las desproporcionadas cargas policiales que a la belicosidad de los manifestantes. Pueden dar fe los propietarios de todas las tiendas céntricas del país: no ha habido ni un cristal, ni un escaparate roto; no ha habido vandalismo ni saqueos, por más que algunos medios se hayan empeñado en buscar agujas en los pajares con tal de criminalizar lo que es un movimiento ejemplar en su forma de trasladar el malestar a las calles.
Pero toda moneda tiene su ceca. Y para mí, que crecí en otra «cultura manifestiva«, a las marchas que se gestaron a partir del 15M hasta ahora les ha sobrado fiesta y les ha faltado densidad, voltaje emocional, y aunque parezca curioso, incluso indignación. Parecía lógico mientras el objetivo era, simplemente, recuperar la calle. Empieza a ser menos comprensible si se las compara con la marcha imparable de las medidas que han venido tomando el anterior Gobierno del PSOE y el actual del PP. Lo cierto es que las manifas no infunden cabreo, como si sus participantes no acabaran de creérselo, o directamente no lo sintieran; como si se contentaran con tomar la calle sin plantearse muy a fondo para qué lo hacen. Y así, los que miran tomándose una caña en las aceras, los que se asoman a los balcones, los turistas que sacan fotos, lo hacen como quien ve pasar una scola do samba.
Sin dudas, esto ha ayudado a la falta de enfrentamientos y agresiones realmente serias, y es bueno que así haya sido. Pero quizás, y es solo una hipótesis, esta sea al mismo tiempo la razón por la que tampoco desde el Poder se las haya tomado demasiado en serio. Molestan, son una piedra en el zapato, pero no son lo suficientemente intensas como para impulsar una preocupación y a partir de ella algún cambio de rumbo.
Anoche, el grupo de manifestantes que con los bomberos a la cabeza amenazó con tirar abajo las vallas del Congreso de los Diputados, tal vez hayan sido la punta de lanza de un cambio de tono, el inicio de un capítulo diferente. ¡Ojo! ¡Aclaración importante! No se vislumbra en el futuro cercano -ni tampoco es deseable- arranque de violencia alguno. No hay kale borroka a la vista. Pero sí se palpa cierta voluntad de pasar del folclórico «Vamos de culo con este Gobierno» a un más contundente «Vamos a mandar a tomar por culo a este Gobierno».
Habrá que estar atentos. Los próximos meses prometen ser muy moviditos.
Che, si necesitan que les mandemos el helicóptero de De La Rúa para que se «raje» Rajoy, chiflen!
Deciles que vayan calentando el motor…