La entrevista del lunes: Albert Casals

«PARA SER FELIZ NECESITAS LA LIBERTAD DE HACER LO QUE TE GUSTA»

Albert Casals abre bien grandes sus ojos claros, estira aún más su imborrable sonrisa, y con su voz y su vocabulario de adolescente deja caer su tarjeta de presentación: “Para mí el mundo es un lugar genial y estoy feliz de que exista. ¿Qué es lo tan terrible que hay en el mundo? Que estamos mal organizados, nada más. Pero es mucho más divertida la Tierra que Marte”. Comenzó a soñar con conocer otros países y vivir aventuras cuando tenía cinco años, casi al mismo tiempo que peleaba para recuperarse de una mononucleosis, primero, y de una leucemia y un agresivo tratamiento, después. A los 15 años empezó a viajar, y hoy ya ha recorrido más de 50 países en todos los continentes y lo ha contado en dos libros escritos en catalán.

A ver… ¿Me aclaras por favor esto de que la Tierra es divertida?  Mira tío, en todas partes he visto gente sonriendo. Siempre. He estado en un barrio superchungo de Lima y la gente se reía, aunque su casa fueran cuatro paredes; he estado en China con una familia que tenía una cama, una cuerda para colgar ropa, una especie de olla para hacer el arroz y nada más. Pero se lo pasaban bien. La felicidad de cada uno depende de sus estándares. Si a alguien de Barcelona lo meten allí seguramente no será feliz. Pero cuando hablo con ellos no los veo peor que a los de aquí. En nuestra sociedad hay muchos que viven amargados e infelices. Entonces, ¿dónde está la diferencia?

La diferencia, posiblemente, esté en el modo de encarar el viaje por la vida que tiene este joven que lleva el pelo siempre teñido de colores llamativos, hace trucos de magia con los naipes y toca la flauta. Pero sobre todo, que irradia alegría, ilusión, energía positiva… “Hay que hacer cosas que te hagan feliz, no importa que sean raras o difíciles, porque si no, nada tiene sentido. Creo que todo el mundo lo entiende; el problema es que no todo el mundo lo pone en práctica. ¿Cómo puedes hacer algo que no quieres? Si algo te hace feliz debes hacerlo. Y si no lo haces, es que seguramente no lo querías lo suficiente. Todo tiene dificultades y consecuencias. La gente quiere muchas cosas, y hacerlas o no depende de cuánto las quieras”.

Y a ti viajar, por ejemplo, te hace feliz… Claro. Es algo que me viene desde pequeño. Tenía 5 años y me iba por ahí a explorar. Tú piensa: juegas a videojuegos, lees libros de aventuras…

¡¿A los 5 años?! No te creo… Pues sí, a esa edad ya había leído Las mil y una noches y más cosas. Ten en cuenta que estaba en el hospital y no tenía otra cosa más que hacer. Pero en el fondo, el viaje no es lo importante. La cuestión es el modo de vida que sigues mientras estás viajando, que es lo que te permite vivir experiencias distintas. Cuando vas solo, sin dinero y haciendo autostop, como hago yo, es cuando te pasan mil cosas y conoces gente muy diferente. Entonces, el viaje se convierte en una herramienta, no en un fin en sí mismo.

¿Has hecho algún tipo de terapia psicológica? Sí, dos veces. Una para que vieran si estaba loco y la otra para que me quitaran la fobia a las agujas, a las inyecciones. Lo de estar loco, bueno, era normal preguntarse por qué está tan contento este niño al que le han pasado tantas cosas, ha tenido una leucemia, se ha muerto su madre y todo ese rollo. Pues estaba contento porque la vida es muy divertida. Y la otra porque estaba harto de que me pincharan.

¿Y tu psicólogo no te planteó que la ambición por viajar podría ser una especie de escapatoria, de huida de algo a lo que no quieras enfrentarte? Sí, claro. Pero no es así. Yo hago siempre lo que me hace feliz, y eso puede ser viajar, jugar a la vídeoconsola, meterme a investigar un hospital abandonado o colarme en Port Aventura, acampar dentro y esconderme en un matojo para que no me vean. No tengo una obsesión por viajar. Es una de las cosas que me gustan. Ocurre que como es lo más “raro” y ocupa mucho tiempo, es de lo que más hablo, pero también he ganado torneos de videojuegos. ¿Eso es también una escapatoria? ¿Ser periodista no lo es? Venga ya… Además, cuando viajas es cuando más piensas en ti mismo. Estás solo en una autopista haciendo autostop durante tres horas, no puedes hacer otra cosa que pensar, no hay tele, no hay libros, ninguna otra posibilidad. Evadirse viajando como viajo yo es una muy mala idea.

Albert Casals habla y razona como esas personas que llevan vivida una larga y fructífera existencia, aunque su DNI diga que apenas suma 22 años… y se mueve en silla de ruedas, legado de aquel tratamiento contra la leucemia, pero en su caso se trata de un detalle de muy escasa importancia.

La mayoría de los chicos a tu edad piensa en sus estudios, en su futuro, en qué hacer con sus vidas. A ver… ¿Qué significa “qué hacer con tu vida?”. Para mí es ser feliz, hacer lo que me gusta. Si no, ¿para qué vives?, ¿cuál es el otro objetivo? No hay más que ese. Como a mí me hace feliz viajar, viajo. Cuando me canso, estoy por aquí. Y cuando estoy aquí, estudio, porque me divierte. Me gusta estudiar Filosofía. No existe un solo objetivo; el fin es hacer lo que quieras.

Suena sencillo… Y de verdad es simple. Cuando a los 15 años salí por primera vez de viaje no pensaba muchas cosas que pienso ahora; siempre vas ampliando el sistema con el que te riges. Mis motivaciones para viajar eran más básicas: “Quiero vivir aventuras como Tintín”. Hay algo muy elemental: los gustos, lo que quieres. No es un rollo elaborado ni filosófico. Es como que te guste o no el tomate. No hay más.

Pareciera que todo gira en torno a la diversión. El centro es la felicidad, ¿pero de dónde viene la felicidad? De dos cosas: el placer, mental o físico. Y de un estado general, de que te guste la vida y estar vivo, de que estés feliz de ser tú y llevar esa vida, de hacer lo que quieres, ¿vale? Entonces, esto último necesita la libertad de hacer lo que a ti te gusta. Y el placer viene de la diversión, de hacer las pequeñas cosas que tienes ganas. Si tienes ganas de trepar a un árbol, pues trépalo, ¿por qué no? Son dos partes que se entremezclan y tienen la felicidad como objetivo.

¿Es un estado permanente? Sí. No es lo mismo estar contento o triste, que ser feliz o infeliz. Si te pasa algo malo estás triste, pero incluso en ese momento eres feliz. Porque serlo no es llorar o reír, sino sentir que te gusta estar vivo. Cuando me están haciendo un tatuaje insulto en mil idiomas por el dolor que me provoca, pero sigo estando feliz.

Seis meses haciendo autostop por toda Suramérica. El mismo método para recorrer parte de África y casi toda Europa; para llegar una vez a Japón y otra a Australia; siempre sin dinero, sin móvil, sin cámara de fotos. Y casi siempre solo, salvo en el último viaje, cuando a Albert le acompañó Ana, su novia. Periplos que le dan autoridad para opinar sobre el mundo.

¿Es distinto el trato en las diferentes culturas? Sí, y el miedo es la base. La diferencia de ir sin dinero por Europa o por Suramérica es bestial. Allí te invitan a todas partes. He estado seis meses y habré dormido en la calle dos o tres días. En cambio aquí es más común dormir en parques. ¿Qué pasa? ¿La gente es menos amable? No. Simplemente, tiene más miedo.

La silla de ruedas te ayudará a romper el miedo. Sí, claro, es útil para eso. Pero no debes pensar que ni mucho menos es imprescindible. Conozco gente de todo tipo que hace autostop, hasta los que pueden dar más miedo, como dos chicos árabes de veintipico de años que viajan así por Europa. La gente no es mala, tiene miedo, y si logras romperlo, te ayuda: te para en la carretera, te lleva, te invita a comer o a su casa, te da dinero.

Que te den de comer suena normal, que te den dinero ya resulta más extraño. No lo es tanto. Tú haces autostop, te recogen y lo normal es que te pregunten qué estás haciendo. Entonces les cuentas que estás yendo a la India y que tienes 20 euros para todo el viaje, cómo duermes, dónde comes. Y claro, al cabo de tres horas ya conoces hasta el nombre de sus hijos. Entonces lo normal es que al final te den para que te compres comida ese día. Ojo, yo nunca, en mi vida, le he pedido nada a nadie. Siempre que me han dado algo, o que me han invitado a una casa, ha sido gente que quería hacerlo.

¿Y no sientes que te estás aprovechando? Para nada. Lo veo como un intercambio. Yo les cuento historias, les enseño otras maneras de vivir y a la gente le gusta oírlo, tienen interés en hablar conmigo, por eso me invitan a sus casas y me piden que me quede más tiempo.

¿Qué es lo que más abunda en el mundo? La empatía. Todo el mundo siente empatía por alguien. Siempre me dicen: “¿cómo viajas así, que te pueden robar, te pueden tal, tal y tal?”. Eso es una tontería, nadie quiere que sufras porque sí. Ahora bien, si tú tienes un móvil y hay algunas personas que lo quieren, lo van a querer coger. ¿Por qué? Porque tienen más empatía hacia otras personas. Esa persona que te roba el móvil tiene un hermano o una novia, y quiere el dinero para eso, o para comprarse otra cosa, un chute o comida. No son buenas ni malas. Son cuestiones de empatía. En Lima, el tío que me acogía en su casa se iba cada día al centro a robarles a los turistas, y a mí me daba de comer. Eso es así en todo el mundo: la gente, por naturaleza, tiene empatía. Si pudieran pulsar un botón para que mueras o no, todos pulsarían para que no mueras. Es verdad, y es perfecto. Y si te hacen algo malo, no es que sea gente mala, es porque tiene poca empatía hacia ti y más hacia otros, pero si quitas las razones de esa poca empatía ya está. Si no tienes nada de valor y te haces amigo de un ladrón, a ti no te va a robar, te invitará a que te quedes en su casa.

Albert Casals tiene una forma peculiar de viajar. Se plantea una meta, siempre lejana, que le marca la dirección, pero a partir de allí no mira mapas ni se traza recorridos. Y lo que quizás sea aun más sorprendente, ni siquiera repara en las grandes ciudades.

 ¿Es cierto que te da lo mismo ir por ejemplo a Roma que a un pueblo perdido de Reggio-Calabria? No, no me da lo mismo, muchas veces prefiero el pueblo perdido. En los sitios turísticos están muy acostumbrados al turista y solo lo ven como dinero. Entonces, allí no te va a ocurrir nada bueno. En cambio, te vas a un pueblo y se vuelven locos, porque no han visto un visitante en mucho tiempo, y quieren hablar contigo. Eso es lo bonito.

Y los monumentos, la Historia, ¿no te interesan? Yo veo a un indonesio en un documental y me quedo pensando: “¿Cómo será esa gente, cómo vivirá, cómo hablará, qué pensará…?”, y me dan ganas de conocerlo. Como también me gusta que me cuenten la Historia. Pero ir al Coliseo de Roma para mí es casi lo mismo que ver un reportaje en la tele. Son piedras, no personas… ¿Qué más me dan?

¿Cuándo sales por ahí intentas evitar sitios turísticos o te dejas llevar y caes donde caes? En general, caigo donde caigo, no te olvides que voy haciendo autostop. Tengo una dirección. Voy desde Barcelona hasta Australia, entonces sé tengo que llegar primero a Malasia para subir a un barco con destino a Indonesia. ¿Cómo llego a Malasia? Eso ya me da igual. Da lo mismo parar en una ciudad que en otra. Si un camionero va para Rumanía, allá voy; si es a Grecia, pues a Grecia, y después ya veré.

¿Y cómo tomas las decisiones para quedarte en un sitio o seguir viaje? Es fácil. Básicamente, cuando llego a un sitio me preparo para sobrevivir. Busco un lugar para dormir en la calle, otro para comer–. Una vez que ya tengo un plan de supervivencia, veo qué ocurre. Yo estoy allí para conocer gente. Si eso ocurre, te acogen en alguna casa, estás bien, pues te quedas. Si no pasa nada y no conoces a nadie, pues sigues viaje y ya está.

¿Nunca te has encariñado con una familia tanto como para no querer marcharte de ese sitio? Sí, claro que pasa. Pero cuando me ocurre algo así me saltan las alarmas y me digo: “¡Mierda!  En donde me despiste, me voy a quedar aquí más tiempo del que quiero”. Lo máximo que he estado en un sitio fueron 13 días con una familia de San Vicente, en Ecuador, pero también es verdad que me quería ir a la semana, pero como el señor era camionero y debía salir hacia Perú me salía a cuenta esperarle. Siempre que un sitio me gusta pienso: “sí, está muy bien, pero nunca hubiera llegado aquí si no me hubiera ido de los sitios anteriores, así que si no me voy ahora me perderé todos los sitios y toda la gente que me espera más adelante”.

Eres un poco antisistema, ¿no? ¿Qué es ser antisistema?

Ir contracorriente. Si hago cosas diferentes de las que se supone que debo hacer es pura casualidad, no es que me lo proponga. Lo que te marca como antisistema es establecer lo que haces por tus reglas y no por las reglas de la sociedad.

Pero existen unas normas que la mayoría tiende a respetar… Cada cosa que hago o dejo de hacer la elijo por mis razones, no por las de la sociedad, que muchas veces son muy arbitrarias. ¿Por qué no se puede ir desnudo por la calle? No hay ningún motivo. Ninguno. Yo tengo mi sistema para decidir qué está bien y mal. Creo que lo que está bien es lo que hace feliz a la gente, lo que está mal es lo que la hace infeliz; y el resto no está ni bien ni mal.

Parece que nunca tuvieras dudas… Desde pequeño me han educado para pensar las cosas por mí mismo. Todas. Yo tenía cinco años y hablaba de física cuántica con mi padre. Casi todo lo que estamos hablando me lo he preguntado antes, lo he hablado conmigo mismo. No es que no dude, sino que muchas veces he pensado qué está bien y qué está mal, cómo elijo una cosa y otra, cómo decido lo que hago, cuáles son las reglas y cuál es la lógica por la que me voy a regir. Si no me lo preguntara, no sabría si realmente estoy haciendo lo que quiero.

¿Entonces el mundo vive equivocado? Porque da la impresión de que muchísima gente no hace lo que quiere… Todos nos equivocamos porque hay muchas cosas que no sabemos. Si solo ves una manera de vivir y de hacer las cosas, es fácil pensar que es la única. Por ejemplo, creer que no se puede vivir sin dinero es como un dogma, y no es verdad. En absoluto. Es una elección como cualquier otra. Hay mucha gente que vive sin dinero; o que, como yo, viaja sin dinero. Hay que saber que existen un montón de caminos en la vida, no uno solo.

Rodolfo Chisleanschi
(Publicado en la revista Paisajes desde el Tren. Enero 2012)

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