La Entrevista del Lunes: Enric Sala

«LA BIOSFERA ES EL MAYOR MERCADO DE LA TIERRA»

Jacques Cousteau le marcó la vida. Aquel mítico Calypso que surcaba los océanos le abrió a Enric Sala (Girona, 1968) las puertas de la vocación, le marcó una estela a seguir. Y en cuanto tuvo edad, se lanzó tras ella. Hoy vive en Washington, donde ejerce su profesión de ecólogo marino como Explorador Residente de la National Geographic Society, y desde allí diseña estrategias para, aunque suene paradójico, salvar a los mares del naufragio.

El mar está muy fastidiado, ¿no? Sí, bastante. Hay dos problemas fundamentales: sacamos demasiado de lo que queremos, y echamos demasiado de lo que no queremos . Así se unen la sobrepesca, la contaminación, el cambio climático que deshiela los polos, altera el nivel del agua y eleva su temperatura; y el aumento de captación del CO2 de la atmósfera, que acidifica el mar. Son muchas cuestiones que no se pueden tratar por separado, y eso hace más difícil la solución.

No es una realidad como para sentirse demasiado animado. Pero también hay buenas noticias. Y es que conocemos soluciones que funcionan. Las reservas marinas, por ejemplo. En zonas donde se regula la pesca, las poblaciones de peces se recuperan muy rápido. Sólo el 1% del mar está protegido, comparado con el 12% de la superficie terrestre.

Entonces aún hay esperanzas para los viajeros submarinos. Por cierto, ¿existe esa categoría? Sí, desde que Jacques Cousteau inventó la escafandra autónoma para bucear, allá por los años 40 o 50. No es muy importante en relación al turismo en general, pero sí muy diferente, porque busca lugares que estén en muy buen estado de salud.

¿Existe tanta diferencia debajo de dos mares con condiciones semejantes de conservación? Enormes. La diversidad natural bajo del agua es comparable a la que existe en tierra. Si buceas en el Pacífico y en el Caribe encontrarás las mismas diferencias que se aprecian entre Siberia y Libia. El Mediterráneo, por ejemplo, no tiene corales como los mares tropicales, pero sí paredes verticales que bajan hasta 50-60 metros de profundidad cubiertas por bosques de abanicos de mar rojos y amarillos.

¿Es un medio hostil el agua? No diría hostil, pero digamos que la evolución no ha favorecido a los humanos para estar en el agua. Tenemos dos problemas: uno es el tiempo reducido por el hecho de tener que respirar aire comprimido;  y el otro es la presión. El punto más profundo del mar son 12.000 metros, en la fosa de las Marianas, y la presión allí es 1.200 veces la presión atmosférica.

¿Qué lleva a alguien a meterse en un medio hostil, antinatural, y hacer de eso su vida? Dicho así suena masoquista. Todos alguna vez subimos una montaña y cuando llegamos vemos otra, y queremos saber qué hay más allá. En mi caso no sé cuál fue el mecanismo último que afectó a mis neuronas, pero me recuerdo de niño viendo los documentales de Jacques Cousteau, y supe que quería ser buzo en el Calypso.

Enric Sala llegó tarde para conocer al investigador francés, pero no para subir montañas y divisar otras más altas y lejanas. Y aunque ya no bucea durante 250 días al año, como cuando preparaba su tesis doctoral, “porque para salvar el mar tengo que estar más tiempo en tierra”, sabe que allí abajo se esconde un tesoro que merece la pena proteger y recuperar.

Explorador reconocido, miembro de la National Geographic Society… Una vez subidas esas montañas personales, ¿qué más se ve desde allí arriba? Ahora, dos proyectos. Uno es el de los Mares Prístinos, que comencé hace tres años. El objetivo es proteger los últimos lugares vírgenes que quedan en el mar mediante la creación de parques nacionales marinos. Son sitios muy remotos, deshabitados y con muy buen estado de conservación, casi máquinas del tiempo que te permiten viajar al mar de hace 500 años.

Cuesta creer que haya alguna zona de algún mar que no haya sido expoliada y contaminada. Quedan muy pocas. Hasta ahora hemos tenidos éxito en dos países: Costa Rica, que creó una zona de 10.000 kilómetros cuadrados en torno a la Isla del Coco; y Chile, que declaró el Parque Nacional Motu Motiro Hiva, 150.000 kilómetros cuadrados alrededor de Sala y Gómez, una isla muy pequeñita 200 millas al este de Pascua.

¿Y el otro proyecto? Es hacer lo mismo pero en zonas muy pobladas como la Costa Brava o el Caribe. Ahí también se pueden crear reservas, pequeñitas pero igual de valiosas. Por ejemplo, las Islas Columbretes, en Castellón, tienen una enorme población de langostas, tan grande que cada año entre el 7 y el 9 por ciento sale del área protegida y ese derrame favorece a los pescadores que trabajan alrededor de la reserva. Es un modelo a copiar.

Habrá que ver qué opinan de esto la gente que vive en esas zonas. Mire, las Islas Medes, en Girona, tienen menos de 1 kilómetro cuadrado totalmente protegido. Pues bien, allí las visitas proporcionan hasta 6 millones de euros al año, un ingreso 20 veces mayor al que brinda la pesca. Eso demuestra que las reservas marinas no sólo mejoran la biodiversidad sino también la vida de la gente del lugar, y generan beneficios. Estoy trabajando con varios economistas y empresarios para desarrollar un modelo de negocio para áreas marinas protegidas; y habrá que cambiar la mentalidad y la legislación para que se permita que comunidades locales o ayuntamientos costeros puedan crear y gestionar sus propias reservas.

La crisis financiera global no jugará a su favor. Hay un debate, una polarización artificial: la economía o el medio ambiente, como si fueran cosas separadas. La mayor parte de la teoría económica considera que los mercados es el universo y que el resto, incluida la física del planeta, son las externalidades, cuando es al contrario: la biosfera es el mayor mercado de la Tierra y la economía humana, apenas una subred. El crecimiento sostenible solo se puede mantener si la base biofísica, la parte viva del planeta, está en buen estado de salud. Este es un concepto central que los ecólogos han entendido muy bien, pero muchos economistas, sobre todo de la derecha política de Estados Unidos, todavía no comprenden.

La sensación es que hay mucha gente intentando cambios profundos, pero también que la montaña que hay delante es mayor que el Everest. ¿Cómo se afronta esa visión desde la primera línea de batalla? A veces me siento como en el fondo de la fosa de las Marianas. Los problemas globales son tan grandes que la mayor parte de la gente se desanima. Para evitar caer en la depresión diaria decidí que iba a dedicarme a cambios que fueran significativos, pero factibles en un plazo de un máximo de cinco años. Y lo hago dividiendo la realidad en trocitos pequeños.

¿Se considera un indignado? A veces me considero un optimista enfadado. Pero si no fuera optimista, no estaría intentando salir de la fosa de las Marianas.

¿Y su grado de optimismo es…? Soy un posibilista. Mi filosofía es expandir lo que funciona. Lo importante si queremos salir de la fosa es no caer en ese discurso -que no ha funcionado- de que hay que salvar el planeta porque los humanos somos horribles. Debemos lograr que se entienda que un planeta sano es mucho más beneficioso para todos, incluso desde un punto de vista económico.

Rodolfo Chisleanschi
(Publicada en la revista Paisajes desde el Tren. Septiembre 2011)

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