“Cada libro nuevo es para mí un viaje de aventuras”
La vida de Javier Moro, el ganador del último Premio Planeta, es un larguísimo viaje. Un periplo que comenzó en la infancia, cuando su padre aprovechaba los billetes gratuitos que le daba la compañía aérea donde trabajaba para enseñarle el mundo a su familia; continuó por los caminos de la Historia durante la época de estudiante; y acabó transitando las rutas de la literatura, primero de la mano de su tío, Dominique Lapiérre; y por fin, con plena autonomía de vuelo, en una travesía que por ahora no tiene destino ni final.
Nunca habrá dejado de agradecerle a su padre aquel empeño, ¿no? Sin dudas. Es que una vez que te meten el virus del viaje en el cuerpo ya es muy difícil que se quite. Yo tengo una necesidad física de salir de Madrid casi todos los meses. Si no, me ahogo, me parece que me estoy perdiendo el pulso del mundo.
¿Por qué viajamos? Porque es parte integrante del ser humano. Éramos nómadas y algo de eso nos queda en nuestra alma. Viajamos para buscar otros pastos, otros horizontes, otras ideas, otra realidad, otras gentes, otros contactos, a nosotros mismos…
Entiendo que el motivo da un poco igual. En efecto. Se viaja por muchas razones y todas son válidas. Hay quien que le interesa la arqueología y va a ver templos; o la gastronomía, y va a probar platos diferentes en sitios exóticos. Tiene mucho que ver con la personalidad, los gustos personales y con la manera en la que cada uno ha crecido.
¿Y en su caso? Yo creo que todo lo que ves y lo que vives te afecta, implica una pequeña transformación. A mí me gusta descubrir, buscar historias; soy fundamentalmente curioso, voy husmeando. Por eso intento vivir un poco en los países que visito, meterme en las sociedades, hablar con la gente, desde el primer ministro al barrendero de Nueva Delhi, porque la mía es una curiosidad dirigida a la escritura.
Pero casi nadie viaja así. Creo que muchas veces la gente no se atreve a viajar porque todo lo que no es conocido o habitual da miedo. Pero hoy, tal como está el mundo, es mejor viajar, conocer, aprender idiomas, ver cómo viven los demás, y así quitarse la idea de que lo tuyo es lo mejor.
Para el lector, los libros de Javier Moro son historias noveladas que le introducen en ambientes exóticos, desconocidos; y le descubren personajes que de tan reales parecen de ficción. Para el escritor, además de un trabajo exhaustivo de investigación y un reto, cada nuevo libro es, como era de esperar, un viaje…
… O varios a la vez. Un viaje de aventuras sin dudas, porque me meto en un territorio desconocido sin saber cómo voy a salir. No avanzo con un machete abriéndome camino en la selva, pero es un esfuerzo intelectual, y también físico, porque acabo agotado. Y como en cualquier aventura, cuando escribes pasas por muchas etapas: primero la de buscar, después la de descubrir, más tarde la de poder soñar con el libro, y luego hacerlo y que te vaya saliendo.
¿Y en cuanto al viaje intelectual? ¿Qué cosas nuevas descubre? Siempre muchas, en uno mismo y en los demás. Mi trabajo es dramatizar situaciones, contar como una novela historias reales, en general de relaciones entre la gente. Entonces, cuando te metes de cerca en historias como la de El imperio eres tú, con aquel emperador (Pedro I de Brasil) que trataba a su mujer de aquella manera, lo quieras o no estás aprendiendo sobre el comportamiento masculino y también el femenino.
¿Cómo llega a la independencia del Brasil o a sus personajes en general? Por vías muy distintas. Puede ser leyendo un periódico, que fue como nació Las montañas de Buda. Estaba en Jaipur y leí una noticia acerca de unas monjas que acababan de cruzar el Himalaya después de haber sido torturadas en Lhasa, y me fui a entrevistarlas. Otras veces, porque un amigo te sugiere un tema, como me pasó con la historia de Pedro I. Ramón Menéndez me dijo que yo podía abordarla de una manera diferente. Así que cuando fui a Brasil a promocionar El sari rojo (libro sobre la vida de Sonia Gandhi que le ocasionó infinitos problemas en la India) me compré todo lo que vi sobre el personaje, y surgió El imperio eres tú.
Por cierto, ya que mencionamos a Sonia Ghandi, ¿qué en un país se ocupen de quemar retratos de uno provoca miedo, incomodidad o hace sentirse importante? Te sientes importante pero no es una importancia que te guste. Fue muy desagradable, y además, no entendía nada. Si yo había hecho un libro a la gloria de Sonia Gandhi… Ver que cogían un muñeco de paja que se suponía era yo y lo quemaban como si fuera George Bush era algo tan desproporcionado, tan ridículo, que me daba risa y disgusto a la vez. Lo más curioso era que el libro ni siquiera existía en la India porque no estaba traducido.
Suena un poco surrealista. Ya lo creo. Como si la India no tuviera otros problemas de qué preocuparse. Ahí te das cuenta de cómo es la política, lo que pueden hacer para distraer a la gente de los problemas importantes.
Después de aquella movida leí que estaba harto de la India, aunque ya la ha nombrado un par de veces. Estoy harto de la sociedad de nuevos ricos, con ribetes de fascismo, nacionalistas a tope, de la arrogancia de los que están en el poder. Pero no de la India como país, de la India del campo, del pueblo, de Bhopal, eso es siempre fascinante y la llevo siempre en el corazón. Me repatean estos indios que están explotando a sus compatriotas desde hace 3.000 años, porque hablamos de un país donde 300 millones de clase media explotan y discriminan a 700 millones de pobres. La India de los que luchan porque esto cambie me gusta, es muy inspirador.
Ya que hablamos de política y problemas importantes, ¿se le ocurrió pensar cómo se podría novelar este momento de Europa? Sinceramente, creo que no sabría cómo hacerlo. ¿Herman Van Rompuy es novelable? ¡Dios mío, sería la novela más aburrida del mundo! Lo que pasa es que aquí no estamos hablando de supervivencia sino de problemas de ricos.
Y a usted le van más los problemas de pobres. No de pobres, pero sí donde haya que ganarse la libertad, o luchar contra la injusticia, donde haya algo de épica, de conseguir lo que parece imposible. Ese puntito mágico me gusta.
¿Todavía hay resquicio para la épica en los viajes? Sí, sí, porque tú viajas y es verdad que la sociedad cambia, que quizás todo se vaya pareciendo más, pero por ejemplo Japón, que es un país muy civilizado y desarrollado, sigue siendo muy japonés. Y entonces es otro mundo, aunque todo te sea familiar. Y después, el viaje es indisociable del momento en que lo haces. No es lo mismo haber ido a Camboya en el 1992, cuando vi los templos de Angkor yo solo porque todavía estaban los jemeres rojos pegando morterazos; que ir ahora, cuando a las 5 de la mañana ya tienes que hacer cola para entrar en cada templo.
En ese sentido, muchas veces puede parecer que uno va llegando tarde a los sitios. Eso es un reflejo de nostalgia que ocurre siempre. A mí me pasa en Ibiza. Tengo una casa allí y todo el mundo guarda la memoria de los años sesenta. Y también cuando voy a la India. Me hubiera gustado conocerla con los lanceros bengalíes, la época colonial. Pero no es un sentimiento útil, es aferrarse al pasado, no sirve de nada, porque la India actual sigue siendo apasionante por otros motivos.
¿Por ejemplo? En Bombay ya no ves elefantes por las calles pero la última vez que fui la gran noticia en el periódico local era el posible cierre del cementerio de los parsis. Los parsis no entierran a sus muertos, los ponen allí, en una montaña en el centro de la ciudad para que vayan los buitres y se los coman. ¿Qué pasa? Que con la contaminación cada vez hay menos buitres y los cadáveres se pudren, dan mal olor, la gente protesta, y no pueden trasladar el cementerio porque es un lugar sagrado; es decir, un lío. Entonces, estás en Bombay, en 2012, hay cosas que ya no se ven, pero tienes esto, que es apasionante, porque un mundo que viene de la Edad Media entra de golpe en el siglo XXI. Ahora, si te dejas llevar por la nostalgia te vas al Rajastán a buscar los palacios. Y claro, no vas a encontrarlos como antes, porque aquello ya no existe.
Rodolfo Chisleanschi
(Entrevista publicada parcialmente en la revista Paisajes desde el Tren)