Las cifras de inversión y producción son brutalmente diferentes, tanto como las necesidades y reacciones que producen, pero existe un punto en común entre Kalom, una pequeña aldea al este de Senegal, y la hiperdesarrollada sociedad japonesa: en ambas se habla de energías renovables.
El caso de Kalom es un ejemplo de cómo un esfuerzo relativamente modesto puede generar enormes beneficios y cambiar la vida de un grupo de personas. Con una inversión de apenas 200.000 euros, cáscaras de cacahuete y tallos secos de mijo, los 1.300 habitantes de esta minúscula población, que hasta hace muy poco debían enviar las baterías de los teléfonos móviles para que las recargaran en otro pueblo a más de 20 km, hoy tienen luz eléctrica. La planta de biomasa que aporta la energía suficiente para iluminar calles y casas fue subvencionada por la Sociedad Alemana para las Inversiones y el Desarrollo, y su construcción es parte de un plan que comenzó en 2008, ya lleva instalados 325 biodigestores y pretende construir otros 8.000 hasta finales de 2013, siempre en áreas rurales hasta ahora sin luz.
El problema de Japón es muy distinto. Se trata de una discusión a nivel nacional y con un fuerte cruce de intereses de por medio. El desastre nuclear de Fukushima puso en jaque el uso de la energía nuclear en el país, y las voces por desterrarla del territorio nipón no se acallan, aunque buscar fuentes que la sustituyan no es tan fácil. Pero mientras la discusión prosigue en los más altos niveles políticos y empresariales, algunos proyectos ya se pusieron en marcha. Por ejemplo, un proyecto de energía eólica marina, financiado por seis grandes corporaciones, Toshiba e Hitachi entre ellas, que invertirán 1.217 millones de euros en los próximos diez años.
La idea es instalar molinos en alta mar, posiblemente en la sureña isla de Kyushu, y consta de dos etapas. La primera, hasta 2015, consistirá en una instalación piloto que permita generar unos 7.000 kilovatios de electricidad, y que sirva para probar la resistencia de las instalaciones al viento, la sal y la erosión en general. Si todo va bien, la planta estaría lista para rendir al máximo en 2020. Y en realidad, el Gobierno japonés pretende que la energía eólica produzca hasta 8 billones de kilovatios anuales en 2030, ya sea para eliminar o al menos reducir de manera drástica el uso de la nuclear. Queda por averiguar si sus habitantes lo recibirán con tanta felicidad como sus remotos vecinos de Kalom.