“EN EL EGIPTO DE HACE 4.000 AÑOS, A LA GENTE LE PREOCUPABAN LAS MISMAS COSAS QUE A NOSOTROS HOY»
Entre todos los estilos de viaje, José Manuel Galán, historiador, arqueólogo, egiptólogo, y a su manera, viajero, eligió el más largo, el del tiempo. Este arqueólogo madrileño lleva una década excavando en el Valle de los Reyes de Egipto para remontarse 4.000 años atrás y demostrar que nuestra cultura actual es hija directa de aquella que creció a orillas del Nilo.
¿Por qué Egipto despierta tanta fascinación? Porque Egipto te obliga a ser humilde. Tanto desde lo tecnológico, con la construcción de las pirámides; lo artístico con la decoración de las tumbas; o en la literatura y la ciencia, donde llegaron a unos niveles muy altos, el Antiguo Egipto nos hace relativizar lo que pensamos sobre nuestra sociedad y sobre nosotros mismos.
¿Relativizar en qué sentido? La arqueología y el estudio de la Historia Antigua son actividades paradójicas. Por un lado, porque permiten acercarse a una cultura, una civilización o una sociedad que están muy distantes en el espacio y el tiempo, pero precisamente es gracias a esa distancia que puedes conocerlas de una forma más objetiva. Y por otro, porque de esa manera también logras conocer mejor tu cultura, valorar los matices, las raíces y muchos mecanismos mentales que tú creías que eran propios de tu tiempo y que, sin embargo, descubres que vienen de muy lejos.
Entonces existe más relación de la que imaginamos entre nuestra cultura actual y la egipcia de hace 4.000 años. Desde mi punto de vista, sí. De hecho, lo que llamamos hoy “cultura occidental” en realidad tiene su origen en África y en Asia. Los griegos beben de Mesopotamia, Persia y Egipto. Creemos que nuestra cultura procede de Grecia, pero los mismos griegos no lo veían así. Estudiando en particular el Antiguo Egipto uno nota que está estudiando el origen de su cultura intelectual.
Generalmente, al hablar de Egipto se tiende a pensar en las pirámides y los templos, es decir, en su tecnología antes que en su intelectualidad. Pero es un error. Egipto no sólo nos ha legado las pirámides, el templo de Karnak o las tumbas del Valle de los Reyes, sino muchísima documentación escrita. Tenemos papiros matemáticos, de astronomía, de medicina, jurídicos, pero también cartas de amor, o de un padre a un hijo, poemas, cuentos de ficción… Lo que a mí me atrajo de Egipto fue precisamente ver cómo hace 3.000 o 4.000 años había gente que pensaba igual que lo hacemos nosotros; que sufrían y se alegraban con las mismas cosas, que tenían sentido del humor o se preguntaban por la vida después de la muerte. En definitiva, que tenían una serie de mecanismos mentales que son en esencia los que nos preocupan hoy en España en 2012. En verdad, creo que de las culturas antiguas la tecnología -y la moda superficial- es justamente lo que más nos separa.
¿Es necesario hacer una especie de viaje personal antes de emprender el viaje hacia la Historia? El denominador común de los científicos, los viajeros y los artistas es el deseo de conocer y aprender. Es una especie de estímulos de los sentidos. El viajero siempre tiene los ojos y los oídos bien abiertos, y va absorbiendo todas las sensaciones de alrededor. El científico, y también el artista, tienen que estar muy alertas a absorber todo lo que de alguna forma le genera un aporte. Investigar es viajar, y es un viaje en el que la persona juega un papel importante como receptor de sensaciones y de información.
Los primeros viajeros documentados, por cierto, fueros egipcios… Los cuentos de ficción más importantes, que los propios egipcios percibían como clásicos, tienen el denominador común de que su protagonista es una persona que emprende un viaje fuera del país, y cuando entra en contacto con lo desconocido es cuando se reconoce mejor a sí mismo como individuo y como egipcio. Luego, en todos los cuentos, el personaje acaba volviendo a casa después de haber sufrido una transformación positiva. Sinuhé, por ejemplo, pudo haber sido escrito en la Europa del XIX o el XX y lo fue hace 4.000 años.
El Valle de los Reyes, allí donde alguna vez se erigió Tebas, es el ámbito de trabajo de este científico madrileño que encontró en Djehuty, un noble de alto rango en la corte faraónica, su objeto de estudio y de desvelos. Ya son once las campañas de excavación, muchos los hallazgos realizados desde el viaje inicial en 2002, y mucha la experiencia acumulada.
Vista desde fuera, la arqueología parece una profesión tranquila, casi relajada. No crea. Disfruto mucho del trabajo en Egipto, pero no deja de ser estresante. Para mí, lo más complejo de la arqueología es su carácter destructivo. El arqueólogo entra en un yacimiento como el inspector de policía en la escena de un crimen. Tiene que ser muy meticuloso en recoger toda la información posible, porque a la vez que la recoge está alterando las pruebas. Por eso siempre estoy muy preocupado por cometer la menor cantidad de errores posibles, porque lo que no documentemos en ese momento es irreversible, está perdido.
¿Cómo nace la llamada de Egipto? En primer año de la carrera de Historia descubrí el mundo antiguo, y en concreto Egipto. Me llamaron la atención los cuentos, el de Sinuhé, el del náufrago, el del Príncipe predestinado. Me pareció increíble que hace 4.000 años se escribiera con esa capacidad artística. A la vez me entero que las bienaventuranzas -“yo di de comer al hambriento, de beber al sediento, di ropa al desnudo, fui un padre para el huérfano, un marido para la viuda”- se pueden leer en tumbas junto a las pirámides de Giza, lo que descompone la idea religiosa que recibimos en nuestra formación. ¡Porque eso fue escrito en el año 2.500 antes de Cristo! Entonces sentí una necesidad de ver aquello con mis propios ojos, como una forma de entenderme a mí mismo y a nuestra cultura.
A ver si lo entiendo bien: Egipto tocó su parte emocional, no sólo la científica. Uno excava para obtener información. En ese sentido, en principio es una búsqueda del conocimiento, aunque luego la investigación científica afecta mucho a la emoción, ambas cosas van ligadas. A mí me gusta comparar la ciencia con el deporte por el afán de superación y perfección; y con el arte, por la necesidad de innovar y buscar caminos nuevos. El verdadero artista busca nuevas formas de ver las cosas, y el científico de algún modo tiene que buscar nuevas formas y caminos para entender la realidad que nos rodea. Ahí existe una búsqueda de conocimientos, pero también de emociones.
¿Los egipcios de hoy se emocionan con su pasado? Durante mucho tiempo han vivido de espaldas, y en las escuelas hacían hincapié en su historia islámica. Pero en los últimos 15 años han empezado a valorar su patrimonio cultural faraónico, y hoy el número de colegios que visitan el Museo de El Cairo, o que van de viaje de fin de curso al Valle de los Reyes a ver los monumentos es enorme.
Sin embargo, durante la revolución de 2011 hubo saqueos en el Museo de El Cairo. Pero a la vez, la población rodeó el Museo para protegerlo. Se formó un cordón humano de ciudadanos anónimos. Nosotros estábamos en Luxor cuando empezaron las revueltas, e incluso allí la población no sólo salió con palos a defender los cruces de caminos y sus casas, sino también el Valle de los Reyes. Otra cosa es preguntarse si lo hacían por el patrimonio o por un interés económico, porque ellos saben que es una fuente de riquezas.
El dios turismo… Es así, y no es malo. Nosotros a veces subimos la montaña de Tebas para ver desde arriba el valle del Nilo y los templos. Estamos solos, es algo que no tiene parangón, porque oyes el rumor de los turistas allá abajo y dices, “¡Qué gusto!”. Pero lo importante es viajar, porque es tal vez la actividad más enriquecedora del hombre. Las formas de hacerlo dependen de las circunstancias de cada uno, pero en el fondo, eso es lo de menos.
Rodolfo Chisleanschi
(Publicado en la revista Paisajes desde el Tren)