Ya está. Pasó el 25S, y todo sucedió de acuerdo al guión previsto, el guión que quería el Gobierno.
Me explico.
Hubo gente en los alrededores del Congreso. Bastante. Pero tal como era previsible, no la suficiente para provocar ningún cambio, ni siquiera mínimo en las estrategias ni del Gobierno ni de los opositores serviles a las cuentas corrientes del Poder. No la suficiente para que nadie se vea presionado a dimitir, ni a abrir un proceso constituyente, ni nada que se le parezca. Hubo la gente justa para no sentir que la convocatoria había sido un rotundo fracaso, y al mismo tiempo, para permitir que la policía reprimiera sin mayores resistencias. Tampoco había que ser una luminaria para darse cuenta, tal como se fue dando esta manifestación con alma de kamikaze.
La jugada le salió perfecta a Cristina Cifuentes y sus huestes. Ya tienen en la mano todas las cartas que necesitan para criminalizar la movilización popular, y de paso, reducirla cada vez más. Mañana, habrá portadas de todos los colores mostrando los disturbios y hablando del «carácter violento» de los manifestantes. La Delegada del Gobierno cuenta con elementos suficientes para justificar el estado de sitio que montó en el centro de Madrid (y el gasto que ello significa). Y para sacar pecho diciendo que es capaz de mantener el orden en la ciudad, al precio que sea. Sus graciosas Señorías pueden descansar tranquilas: no era tan fiero el león como lo pintaban. Y más de un manifestante se pensará si ir o no ir a la próxima, algunos por no querer compartirla con «violentos», y otros por puro y razonable temor a padecer golpes imprevistos.
Lo malo del caso es que todo esto era ab-so-lu-ta-men-te previsible. Porque esta era una convocatoria a contramano, carente del más mínimo sentido de la estrategia y la lectura política. Una convocatoria que nació torcida y jamás se enderezó, más bien lo contrario. Una convocatoria que al final tenía todas las de perder y ninguna opción de ganar. Y que le brindó a la Cifuentes una victoria en bandeja.
Porque hoy, los que estamos de este lado del campo, hemos perdido. Y cualquier otra lectura es pura miopía. Hagamos un resumen rápido.
1) El 25S se promovió, en principio, como un salto cualitativo en la escalada de manifestaciones del último año. Recordemos que se trataba de ocupar el Congreso, no de rodearlo, y de quedarse allí hasta lograr la dimisión del Gobierno. Primera cuestión: ¿están dadas las condiciones para dar ese salto? Objetivamente, tal vez sí. En la realidad de la calle y de la capacidad de reacción de la gente, indudablemente no. Y eso era algo muy fácil de palpar desde el mismo día que surgió la idea. Resultado final: ¿se dio el salto? No.
2) Los recelos, sospechas y rechazos que generó la primera convocatoria ya debió hacer pensar a sus organizadores que el apoyo no sería masivo. Pensaron en repetir el fenómeno del 15 de mayo de 2011 sin darse cuenta que ese tipo de efectos sorpresivos solo ocurren una vez cada muchos, muchos años, y en circunstancias muy especiales. El 15M se dio como se dio porque faltaba una semana para unas elecciones en las que el Gobierno de turno estaba condenado a la derrota y tenía las manos atadas para actuar. Eso multiplicó el efecto de una asistencia mayor a la esperada. Es muy difícil que al Poder se lo pueda sorprender dos veces en menos de un año. Desde las alturas supieron desde el principio que ayer no habría otro 15M, que no se juntarían en los alrededores del Congreso ni 100.000 ni 500.000 ni un millón de personas, que es lo que hubiera hecho falta para empezar a pensar en cumplir los objetivos previstos. Y no solo eso: sospecho seriamente que no les habrá disgustado la llamada a responder las agresiones, porque les daba una oportunidad de oro para todo lo que acabó sucediendo. Pero los organizadores siguieron adelante, sin medir los obstáculos.
3) La coordinadora 25S acabó cambiando el «ocupa» por el «rodea», avisando que se iba a dejar entrar y salir a los diputados, modificando la hora de inicio, y afirmando una y otra vez que todo sería pacífico, y que se trataría de un acto de desobediencia civil. Es decir, descafeinando la iniciativa original, aunque el Gobierno se ocupara de machacar que esto era un «intento de golpe de Estado», y que la violencia venía implícita. Pero entonces, si ya no había salto cualitativo alguno, ¿por qué empeñarse en organizar una manifestación un martes por la tarde sin que ocurriera nada diferente al resto de los días? ¿Qué necesidad impostergable obligaba a ir al Congreso ayer en lugar de un sábado o un domingo (y quedarse hasta el lunes, por ejemplo, si esa era la idea original)? Ninguna. Pero nadie quiso dar el brazo a torcer y desconvocar, o cambiar la fecha a un día con mayor posibilidad de presencia ciudadana. ¿Se rodeó el Congreso? Relativamente. ¿Se llenó Madrid? No. Ni siquiera Neptuno. ¿Hubo alguna capacidad de resistir y quedarse? No. ¿Hubo desobediencia civil? No, apenas una manifestación un poquito diferente. ¿Hubo reacción violenta contra la agresión policial? Sí, que era justo lo que quería la Delegación del Gobierno.
4) La semana previa al 25S completó el vaso. El Poder aumentó el nivel de provocación: imputaciones judiciales a los convocantes, redadas en las asambleas organizativas y para terminar, detenciones y cacheos en los autobuses que se dirigían a Madrid. Era como decir: «venid, que os estamos esperando». Porque mientras tanto blindaban el centro de la ciudad, como si estuviera a punto de atacarla la V Legión de Julio César. Y allí fuimos… a hacerles el juego.
Es verdad, ahora ha quedado más claro que nunca el sesgo dictatorial que ha tomado el Gobierno del Partido Popular, y su disposición a imponer sus criterios a sangre y fuego. Pero eso ya-se-sabía, y no era necesario exponer a la gente a recibir porrazos y balas de goma; ni brindarle en bandeja un éxito tan fácil a Cristina Cifuentes.
Queda el consuelo de pensar que se habrá aprendido la lección, y que el voluntarismo bienintencionado no basta para cambiar esta realidad. La estrategia política necesita de golpes justos en los momentos adecuados, no de golpear por golpear. Porque en estos casos, el que suele acabar derrotado es el mismo que tira el golpe.
P. D.: Los sindicatos mayoritarios, como siempre en estos casos, no dijeron ni una palabra sobre el 25S, y desde ya, no se vio ningún signo de su presencia. Nada como mirar sus reacciones para saber de antemano el destino que le espera a una manifestación.