DÍAS DE ESTRÉS
Verás que todo es mentira, verás que nada es amor…
(Yira, Yira. Tango de Enrique Santos Discépolo)
La Gran Mentira en la que vivimos, una Mentira presente en muchas más cuestiones que las evidentes, está compuesta de mentiras más pequeñas, así, en minúsculas; y otras intermedias, que destacan por estar generalmente bien contadas. Entre estas últimas, la crisis ha puesto de moda los test de estrés a los bancos, un jueguecito más de los brujos que manejan los números para que algunos se distraigan, otros –las consultoras y auditoras contratadas- ganen un buen dinero, y la mayoría miremos como si entendiéramos lo que nos dicen, y además creamos que es verdad.
Los primeros test de estrés a los bancos europeos, en julio de 2010, sirvieron para que en su día Miguel Ángel Fernández Ordóñez, el Gobierno de ZP, y los tertulianos, columnistas y cantamañanas afines sacasen pecho por la fantástica y mesurada gestión del Banco de España; la prudencia de las entidades financieras españolas en general, que no se habían lanzado a la caza de las hipotecas subprime que dieron comienzo a la caída en picado de la economía mundial; y por las buenas notas que sacaban nuestros bancos y cajas, comparados con los del resto de Europa. El único problema es que todo era mentira. Porque ninguno de los bancos españoles dio sus verdaderos números ni valoró la basura inmobiliaria en su justa medida.
Dos años y pico después de aquella primera vez que supimos que los bancos también sufren de estrés, y no solo los clientes a quienes estafan o desahucian, seguimos con los tests a cuestas. Pero por suerte algo ha cambiado. Ya casi nadie los cree. Ni siquiera el benemérito mercado. Los 53.700 millones de euros que, según los datos que dio el viernes la consultora norteamericana Oliver Wyman, necesitarían las entidades españolas para ser vistas como sólidas, ya eran puestos en duda una semana antes a uno y otro lado del Atlántico.
Como si de una publicidad de neumáticos se tratara, en Moncloa aseguran que el estudio realizado contempló las más duras condiciones, “con un rigor sin precedentes”, según Fernando Restoy, subdirector del Banco de España. Desde Wall Street, ya el lunes decían que el test padecía de varios puntos negros. Los principales es que no se conocen los criterios utilizados por la consultora para realizar los cálculos, pero sí se sabe que las auditoras contratadas para tasar los activos tóxicos no analizaron el stock total sino un muestreo hecho a boleo. Más aun, desde varios días antes no cabían dudas de que la cifra final estaría cerca de los 60.000 millones que previamente estimaba España como necesidad de financiación. Ni mucho más abajo, para no ser del todo increíble; ni por encima, para no terminar de hundir al resto del sistema que todavía no fue nacionalizado. Y “casualmente”, así fue nomás.
Sin embargo, estos tests tan poco creíbles fueron solo una de las muchas causas de estrés que vivió esta semana el Gobierno de Mariano Rajoy. El piso se mueve bajo los pies del Presidente, sin que nada ni nadie lo pueda remediar. En su visita a la Gran Manzana debió soportar, además de los recelos de Wall Street, que el New York Times le afeara su querida imagen de la “marca España” con un artículo sobre la pobreza creciente. En Europa, el club de la triple A (que en Argentina sonaría tenebroso, ya que así se llamaba la organización que comenzó la caza de militantes de izquierda antes de la dictadura de Videla), es decir Alemania-Finlandia-Holanda, puso en dudas las condiciones de un eventual rescate, lo que volvió a disparar la prima de riesgo; antes de ofrecerle un “abrazo de oso” por el anuncio de reformas y leyes restrictivas hecho el jueves. Y dentro de casa, al margen de las críticas por los presupuestos de 2013, se sumaron el imparable acelerón soberanista de Cataluña, el enésimo aumento de las cifras de déficit en 2011 (que a finales de septiembre todavía se estén modificando da otra pauta de los niveles de Mentira en los que navegamos), las encuestas que indican una brutal caída de 10 puntos en las intenciones de voto al PP menos de un año después de su éxito electoral, y el relanzamiento de las protestas callejeras, pésimamente gestionadas por la Delegación del Gobierno en Madrid, la policía y el Ministerio del Interior.
Peor imposible. ¿Imposible? Siempre puede ser peor. Porque de acuerdo al camino elegido por Rajoy y los suyos, no se aprecian soluciones para ninguno de los problemas causantes del temblor.
Asegurar que la banca española es sólida puede valer de cara al interior para que los más crédulos mantengan la fe en el PP en las elecciones gallegas, pero los antecedentes cercanos demuestran que antes o después la realidad sale a flote, y no habrá banco malo que sirva para tapar los tremendos agujeros todavía existentes en los balances de las entidades de crédito.
Cumplir a rajatabla con los mandatos del eje Berlín-Bruselas puede tranquilizar temporalmente al club de la triple A, pero ya hemos visto que es una calma muy relativa, que se altera al mínimo indicio de que los números no son exactamente como se dicen. Y todos sabemos (ellos también) que ni lo son ni lo serán.
Plantear unos presupuestos basados en restricciones, recortes y aumentos de impuestos que profundizarán la recesión, y que al mismo tiempo aseguren un crecimiento de los ingresos por la vía del IRPF y el IVA es hacer prestidigitación económica, un engañabobos sin pies ni cabeza.
Enfrentar el desafío de Artur Mas aferrándose a la legalidad de una Constitución que justamente es de la que pretenden “escapar” en Cataluña es tan ridículo que no necesita ni explicación. Y frenar el impulso de la calle a fuerza de porrazos indiscriminados tiene un único efecto a favor del Gobierno: que durante unos días se desvíe el eje de la discusión, y se hable más de la violencia de uno y otro lado que del pedido de dimisión y apertura de un período constituyente, que dio origen a las movilizaciones de estos días. Pero el boomerang traerá en el futuro cercano más y más reacción contra cada nueva medida que golpee el bolsillo y los derechos ciudadanos.
¿Cómo salir de semejante atolladero? Parece difícil. Rajoy, fiel a sí mismo, mantendrá su silencio, su tancredismo, su parsimonia. Que el tiempo pase y todo lo acomode, que los demás se incendien. Pero cada semana que transcurre, la actitud impasible de un Presidente sin respuestas cuela menos. Por eso, no extraña que el viernes el analista económico del diario británico The Telegraph le procurara el último golpe de estos días: “Rajoy es un muerto viviente”, escribió, para terminar de estresar a un Gobierno que ya no sabe cómo ocultar lls mentiras.