Puyol, el pundonor y la sabiduría

Cuenta la anécdota, o la leyenda, que en los tiempos en los que compartían plantilla bajo las órdenes de Louis Van Gaal, un día  Juan Román Riquelme se dirigió con toda su seriedad y respeto a Carles Puyol, ya por entonces ídolo de buena parte de la hinchada del Barça, y le preguntó: “¿Me podés explicar por qué jugás así?”.

El “así”, en el particular idioma riquelmiano, significaba con semejante fragor, trabando cada balón con el hígado si fuese necesario, entrando en cada jugada como si fuera la última o la más importante de su vida, incluso en los entrenamientos, aunque incluía también una velada crítica al peculiar estilo del Tarzán de Puebla del Segur, totalmente en las antípodas del practicado y defendido por Román.

Lo cierto es que su manera de vivir y entender el fútbol, ese pundonor a prueba de balas, ha llevado a Puyol a la cúspide del fútbol. Ganador de cuanto título se pueda obtener, su carrera resulta tan intachable como evidiable. Pero Riquelme, que habla poco pero posee un criterio futbolístico tan indiscutible como la energía del capitán del Barça, apuntaba hacia otro lado con su maliciosa pregunta.

Según él, y según la opinión de los futboleros más puristas, los grandes defensas, los que entienden el juego y conocen el puesto hasta sus últimos detalles, son aquellos que logran controlar el tiempo y el espacio. Ese dominio de elementos tan insustanciales les permite anticipar cada acción, cada pelotazo cruzado, cada cruce, sin necesidad de esfuerzos extraordinarios, choques impetuosos o arriesgadas barridas por el suelo. Son, en definitiva, los pocos que pueden completar una gran actuación sin embarrarse los pantalones; los que de verdad saben…

Carles Puyol, sin dudas, ha progresado mucho. A lo largo de la docena de años en la élite fue mejorando a medida que iba conociendo los secretos de su oficio. De ahí su perdurabilidad, tanto en su club como en la Selección. Sin embargo, y como la perfección es difícil de alcanzar, sigue privilegiando el pundonor por encima de cualquier otra cualidad, y en cualquier circunstancia del partido o sector del campo en que se encuentre. Dicho de otra manera, no ha logrado que su sabiduría le lleve a ahorrar los esfuerzos, controlar los choques y moderar los riesgos. Y a determinada edad, cuando el cuerpo empieza a acumular el desgaste de tantas batallas, el precio por ese déficit se paga con lesiones, cada vez más frecuentes, cada vez más insólitas.

Porque cuando camina hacia los 35 años, el gran Carles Puyol todavía debe una materia en la universidad del fútbol: la del manejo de los tiempos y los espacios. Seguro que todavía le quedan energías para aprobarla.

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