El Editorial del Domingo. Abismos

Fuente: Celtibérico

Caminar por la cornisa es inevitablemente incómodo. Requiere concentración, equilibrio, seguridad y no padecer de vértigo. No es, sin dudas, una situación ideal. Pero toda vez que uno se acostumbra puede encontrarle las aristas positivas: tiene una alta dosis de aventura, genera adrenalina a raudales y suele deparar bonitas vistas de horizontes lejanos. A partir de este punto, la profundidad del abismo que se abra bajo los pies deja de importar tanto.

España vive atada a una cornisa desde hace bastante tiempo, y su Gobierno pretende haber superado el vértigo y simula sentirse a gusto al borde del precipicio. Fiel al estilo enigmático del presidente –“Rajoy el misterioso”, lo llamó esta semana The Economist-, en Moncloa sueltan pocas prendas sobre los pasos a seguir. Nadie sabe a ciencia cierta si se pedirá el rescate, y en tal caso cuándo; si su puesta en marcha depende de las autoridades españolas, europeas, alemanas o las de Alfa Centauro; ni tampoco cuáles van a ser las condiciones iniciales, y sobre todo, las cartas que la Troika se guardará bajo la manga para utilizar cuando las cuentas no cierren, y no se pueda cumplir ni con el déficit previsto para 2012 ni con los presupuestos presentados para 2013. Porque esta es una evidencia cristalina: no hay forma de cumplir las previsiones hechas por De Guindos, Montoro y compañía con la política hiperrestrictiva que promueven.

Rajoy sabe que la llegada de dinero fresco procedente del BCE, por la vía que sea, le dará aire desde el punto de vista económico, pero inevitablemente le empujará a otra cornisa más delgada, la política. Y por eso resiste. Quiere asegurarse su bastión gallego, donde las discutibles encuestas parecen indicar dos cosas: que el desgaste del Partido Popular es allí menor que en el resto del Estado español; y que el PSOE dará un paso más rumbo a su propio ¿y definitivo? precipicio. Así, si más tarde al hombre de las barbas canas le toca ser sacrificado en el altar de los mercados, al menos dejará un baluarte en pie para los suyos.

Con el principal partido opositor en plena descomposición, las arenas políticas se agitan en otros frentes. Los ya reseñados de las consecuencias del posible rescate y las elecciones gallegas y vascas; pero sobre todo, con los vaivenes de lo que ocurre en Cataluña, donde cada día hay y seguirá habiendo novedades. Porque si Galicia y Euskadi pueden consolidar o hacer flaquear la fortaleza de Moncloa, su trascendencia es mínima respecto a lo que se juega el 25 de noviembreen el extremo noreste de lo que por el momento sigue siendo España.

Artur Mas

Y ahí es imposible hacer pronósticos, porque todas las opciones están abiertas. No solo las políticas. Ahí están las asociaciones empresariales poniendo freno a las ansias soberanistas de Artur Mas; las instancias judiciales poniendo piedras a la posibilidad legal de plantear un referéndum; y el clamor de la prensa independentista poniendo pólvora a la mecha encendida.

Desde Madrid, la mera enunciación de una secesión catalana provoca urticaria, y se vislumbra imposible. Pero, ¿y si no fuera así? ¿Qué pasaría si el 25N triunfase con rotundidad la opción independentista y Mas, aun en contra de las opiniones empresariales y los obstáculos judiciales, se viera forzado a avanzar en la senda de la independencia? Por entonces, si ningún vendaval despeñara previamente al actual Gobierno (sí, parece increíble afirmar esto cuando apenas falta mes y medio para la consulta electoral catalana, pero es lo que tiene de delicado vivir en una cornisa), el choque sería inevitable. Porque una eventual ruptura de España tumbaría a cualquier gobernante. Y  mucho más en las actuales condiciones.

Pero aunque parezca imposible, todavía existe otro abismo en torno al habitante de Moncloa. Es el que se va abriendo día tras día entre la política y la calle, cada vez más distanciadas y con menor comunicación entre ambas. Uno se pregunta si en las cumbres del poder sabrán que ya hay una nueva convocatoria de huelga general aprobada y en marcha, con fecha inicial en noviembre, si no ocurre antes nada que obligue a anticiparla. Y que esta vez, su seguimiento será mucho más masivo, mucho más marcado, entre otras razones, porque la idea la promueven los trabajadores del transporte, claves para el éxito de cualquier huelga; y porque en esas empresas, las públicas, la unidad sindical en los comités internos va muy por delante de lo que ocurre a nivel de sus propias cúpulas.

Disturbios en Pola de Lena, este viernes.

Uno se cuestiona también si al poder le llegan noticias de disturbios como los ocurridos el viernes en Pola de Lena, Asturias; o los cortes de calles y avenidas que los empleados de empresas y entidades públicas provocan todos los mediodías en Madrid desde hace tres meses (aunque los medios de comunicación los ignoren olímpicamente). Porque si no los conocieran sería grave, pero si no les importaran sería todavía peor. La realidad es que allí, en las profundidades del precipicio, algo se está moviendo, y pese a todas sus contradicciones, empieza a crecer, y sobre todo, a forzar la máquina.

Saber qué piensa de todo esto Rajoy, allí en su refugio de la cornisa, es tarea para adivinos. Lo único seguro es que si logra sobrevivir a rescates, elecciones previas y protestas varias, su capacidad de defensa de la unidad española marcará irremediablemente su destino. Parecen demasiados abismos para un único Gobierno…

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