EL MUNDO DESDE UN SILLÍN
Juan Menéndez Granados se define como deportista extremo. Y bastante de extremo sí que tiene recorrer el mundo en expediciones “imposibles” a bordo de una bicicleta. Pero su peculiar modo de viajar le permite conocer el planeta a otro ritmo, con una perspectiva diferente a la del común de los mortales.
¿Para usted el Tour de Francia debe ser un paseo de domingo, no? Ni mucho menos. Es otro concepto. Los que corren el Tour hacen todos los días 180-200 kilómetros en un entorno competitivo. Son personas con un nivel físico extraordinario. Lo mío es diferente. Son expediciones, y no hay más rivales que los elementos, las dificultades meteorológicas o técnicas, y yo mismo.
Pero las dificultades que usted se plantea no son pocas. A ver, hagamos repaso: el Alto Atlas marroquí, la Amazonía, los Montes Urales hasta el Círculo Polar Ártico, Escandinavia en invierno, los desiertos de Australia en pleno verano, el Ártico canadiense, la travesía del Lago Baikal helado y la subida al Kilimanjaro en bicicleta. O sea, que le va la marcha. Mi motivación no es solo el reto deportivo. El concepto va más allá. No elijo estos sitios por masoquismo, si no porque son lugares de gran interés paisajístico y, sobre todo, etnológico, donde encuentro gentes, culturas, tribus que han tenido menos contacto con el mundo occidental. Lo interesante no es ir adonde hay hoteles de cinco estrellas, sino a lugares donde se vive todavía en una jaima, o la gente caza y pesca para subsistir.
Nada parece asustar a Juan Menéndez Granados, que a los 14 años se montó sobre una bicicleta y desde Pravia, su pueblo asturiano, se puso a pedalear para llegar cada vez más lejos y conocer de primera mano el mundo de allí fuera. La curiosidad llevó al desafío, y este al deporte extremo, a recorrer tundras o desiertos arrastrando casi cien kilos de peso.
¿Qué dice un ruso de los Urales o un masai tanzano cuando ve aparecer por el camino un señor sobre una bicicleta llena de alforjas? Me reciben con mucha curiosidad y amabilidad. Sean masai o aborígenes australianos no son tontos. Ven que viene una persona con un vehículo que no va a motor, ven la cara de desgaste. Enseguida me dan agua, comida e intentan comunicarse conmigo.
Y nadie le insinúa que está loco… Al principio me lo decían muchas veces aquí, pero ahora cada vez menos. La gente se va dando cuenta que para hacer esto debes tener la cabeza muy bien amueblada.
Usted viaja en solitario, ¿lo hace por elección o porque no hay nadie que le quiera acompañar? Un poco por las dos cosas. Al ser una actividad tan concreta es difícil encontrar una persona que tenga tus mismos gustos, tu misma filosofía, tu misma disponibilidad de tiempo y económica. Por eso he decidido ir solo y como me he adaptado desde el principio sigo así.
Dice tener una cabeza bien amueblada, ¿cómo es su preparación mental antes de un viaje? Hago tareas de visualización de las dificultades que me voy a encontrar, y de mentalización. Ir solo hace que psicológicamente todo sea mucho más difícil, porque no tienes el “factor colega”. Me interesa mucho la psicología en condiciones extremas. Cómo prepararte y reaccionar ante imprevistos del medio. Porque al final, cuando vas pedaleando por el filo de la navaja, la mente es la que marca las diferencias.
Y la suya, cuando está a 20 grados bajo cero, ¿nunca le pide que abandone, que llame para que lo rescaten? En ese aspecto reconozco que estoy hecho de una pasta especial. Cuando haces de esto tu pasión y afrontas tus proyectos preparándolos durante meses, intentas agotar todas las posibilidades. Durante la preparación siempre me digo: “si tienes que ser rescatado, ok, porque lo primero es la seguridad; pero tienes que intentar todo lo posible para cumplir el objetivo”. La clave es ser persistente.
Para pedalear sin parar, sin dudas, ¿cuántos kilómetros hace al día? En llano, 70-80 kilómetros por caminos no asfaltados, o 25-30 en condiciones muy difíciles, si hay piedras, arena o me veo obligado a hacer porteos durante el trayecto.
¿Cómo se ve el mundo desde el sillín de una bicicleta? A una velocidad muy bonita, ni tan rápido como en coche o en moto, ni tan lento como caminando. Te permite apreciar los detalles, hablar con la gente, reflexionar…
¿Y lo que ve es para preocuparse o para tener esperanzas? Evidentemente nos tenemos que preocupar, pero también ser más optimistas que nunca, porque si nos ponemos pesimistas y no buscamos las soluciones oportunas nos vamos al carajo seguro. El problema es que empezamos a ser muchos sobre el planeta, sobre todo en los países subdesarrollados. Y se siente en la limpieza, el suministro de agua, la comida, la higiene y la salud. Debemos reflexionar muy seriamente, porque detrás de las fronteras del Tercer Mundo se mueren niños, mujeres, ancianos a cada segundo.
¿En qué se fija para planificar un viaje? Hay que encontrar un equilibrio entre lo que quieres y la viabilidad del proyecto, en todos los sentidos. Intento buscar sitios difíciles pero que sean gratificantes, donde vaya a encontrar gente, paisajes, cultura… Y luego, evidentemente, hay que ser realistas y “venderlos”, ver qué pueden tener de interés para el resto de la gente y los patrocinadores.
¿Y encuentra dinero para lo que hace? Llevo nueve años dedicado en exclusiva a esto, vivo por y para las expediciones que hago, pero todavía no puedo vivir de ellas. Tengo patrocinadores que ayudan a agilizar los proyectos, pero no alcanza. Así que todos los veranos me voy a Bergen, en Noruega, donde trabajo vendiendo pescado ahumado en un mercado y en la cocina de un restaurante japonés. Hay veces que trabajo 17-18 y hasta 21 horas diarias. Peleo por mis sueños, por este modo de vida, pero cuesta muchísimo esfuerzo y nunca sé qué va a pasar mañana.
Le propongo un ping-pong final, como si pedaleáramos más rápido. Venga…
¿Qué fue lo más divertido y lo más grosero que le hayan gritado en una carretera? Una vez, unas chicas peruanas me dijeron “churro”, que es como decir “guapo”. Me llamó mucho la atención. Lo más grosero no lo sé, me imagino que alguien me habrá insultado alguna vez, pero no me enteré.
¿Se puede ligar en medio de esos viajes? ¿Por qué no? Como en la vida misma. La cita en concreto me la voy a reservar, pero sí que la posibilidad existe.
¿Le ha pasado de estar en medio de una expedición y darse cuenta que se había olvidado de algo importante? Una cosa que siempre me olvido son unas pinzas como para la ropa, que puedes necesitarlas para cualquier cosa. Yo las uso en el mapa que llevo en el manillar. Siempre tengo que buscarlas por ahí, y muchas veces no es fácil.
¿Un libro de viajes que le haya marcado? El río de la desolación, de Javier Reverte. No leo mucho, más allá de manuales o reportajes técnicos, pero ese me ha llamado mucho la atención, porque como habla de toda la Amazonia me sentí muy identificado.
Un momento imborrable de sus expediciones. Es muy difícil. La llegada a Machu Picchu, en Perú; o el final del cruce del lago Baikal, cuando llegué después de tanto sufrimiento. Hay experiencias muy buenas con gente, pero en general tienen relación con alcanzar la meta, el objetivo.
Una persona inolvidable. Personas anónimas, que compartieron conmigo su sitio, su choza, la comida que tenían ese día, pero no tienen nombre y apellido en mi mente.
Un problema especialmente grave de seguridad personal. Ninguno. Nunca han intentado atracarme y sólo me han robado un cuchillo en Australia. Viajar en bicicleta es más seguro de lo que parece, porque no representas riqueza, aunque puedas tener elementos de valor como el teléfono satelital, pero no es como ir en un 4×4. Eres un viajero humilde por definición y con gran respeto por la gente del lugar, entonces ellos también te respetan.
¿Qué cosas repugnantes ha tenido que comer? En Tanzania, una pasta de maíz que se llama ugale. Tuve que comerla con la mano. Fue simpatiquísimo para ellos, se reían porque no sabía cómo hacerlo. He tenido que comer cocodrilo, mono, tortuga, gusanos. Forma parte de la gran experiencia que es viajar por estos sitios.
¿Nunca pensó en alquilar un cochecito? No, sinceramente nunca.
Rodolfo Chisleanschi
Fotos: Gonzalo Azumendi
(Entrevista publicada en la revista Paisajes desde el Tren. Julio 2011)