El Editorial: Rajoy en Numancia

Muchas veces, para comprender el presente y atisbar el futuro resulta imprescindible volver la vista al pasado, una tarea que no siempre se lleva a cabo y que alienta la natural fragilidad de la memoria.

José Luis Rodríguez Zapatero festeja el triunfo en las elecciones de 2008

«¿Qué hacía usted durante la primavera de 2008?». Dicha así, sin anestesia, la pregunta podría desubicar a cualquiera y cabría preguntarse cuál sería la respuesta de cada uno. Aquí van unas pistas para centrarse. Por esos tiempos, por ejemplo, la crisis de las hipotecas subprime venía navegando todavía lentamente desde Estados Unidos con dirección a Europa, la selección española aun no había ganado ni Eurocopa ni Mundial alguno, y José Luis Rodríguez Zapatero (por cierto, no se registran muchos antecedentes de un Presidente del Gobierno que haya hecho semejante mutis por el foro una vez abandonado el sillón del poder) celebraba exultante su segunda victoria electoral consecutiva.

¿Ya nos hemos ubicado? Seguro que Mariano Rajoy no necesitaba ayuda para recordarlo, porque por entonces pasaba sus meses más difíciles. Derrotado nuevamente en las urnas, su permanencia al frente del Partido Popular era cuestionada desde todos los ángulos posibles. El ala dura de Génova le tildaba de fracasado; los medios más vociferantes de la derecha –en ese momento, El Mundo y la Cadena COPE- pedían su cabeza cada día; y el resto del arco parlamentario le colgaba el sambenito de perdedor incurable.

Así llegó al Congreso del PP en Valencia, convertido casi en un cadáver político… pero nadie lo pudo rematar. Mientras sus críticos alborotaban alrededor suyo, Rajoy, con su estilo silencioso y parco, fue tejiendo alianzas y desarmando conjuras en las sombras, las suficientes para salir airoso y seguir al frente de la nave popular. Ya por entonces es fácil suponer que este hombre tan poco carismático como metódico, tan misterioso como inmutable, sospecharía que los vientos empezaban a soplar a su favor y se marcó la meta de acceder a un tercer y postrero intento. El corredor de fondo nacido en Galicia ya suponía que la segunda legislatura de ZP tendría que gestionar una crisis que, si bien no se preveía tan profunda, ya amenazaba con ser lo suficientemente honda como para abrirle las puertas de Moncloa.

El ejercicio de memoria viene a cuento porque la historia se está repitiendo. Hace tres meses, Mariano Rajoy era poco más que un espectro, un zombi que vagaba por los pasillos del poder a la espera del cachetazo final. Prácticamente nadie, más allá de sus más fervientes defensores, y en algunos casos ni siquiera ellos, apostaba por su capacidad para saludar las Navidades desde el trono presidencial. En los medios y en la calle, en España y en Europa, se soltaban nombres de tecnócratas afines al sistema con boletos para sucederle, tal como hizo Mario Monti con Silvio Berlusconi en Italia. Y otra vez, como en 2008, casi nadie acertó.

Rajoy se atrincheró en su silencio y su tozudez, en sus ambigüedades y sus convicciones, y a dos meses de tomar las uvas, su posición parece más firme que nunca. Esta semana que pasó, las cifras del Banco de España vinieron a darle la razón sobre lo que viene anticipando desde hace diez días:

Fuente: Banco de España

la hucha del Estado ha mejorado aunque sea de manera transitoria su famélico aspecto, los pagos de vencimientos de deuda y otras cuentas están prácticamente asegurados hasta enero, y salvo hecatombe imprevista, hasta el año próximo no debería haber novedades sobre el tan anunciado y temido rescate.

No es, para nada, una mala noticia, si se tiene en cuenta que un rescate con todas las de la ley vendría acompañado de un ajuste más severo en las condiciones y un control más estricto de su cumplimiento por parte de la troika UE-FMI. Pero, ¿es buena noticia? Aquí la respuesta ya no es tan contundente.

Rajoy, a fuerza de no apresurarse y esperar que los vientos girasen a su favor, ha ganado tiempo y oxígeno. Ha procurado cumplir a rajatabla la ruta señalada desde el eje Berlín-Bruselas, lo que favoreció aquella promesa de Mario Draghi, titular del BCE, acerca de la compra de deuda a los países con problemas. Y su consecuencia ha sido inmediata: una calma relativa en los mercados, que permitió a España inyectar varios paquetes de bonos y letras y con ellos obtener la liquidez necesaria para afrontar los vencimientos de octubre.

No es poca cosa, tal como estaba el panorama, y al Gobierno le da margen para centrar su atención en apenas un par de frentes de aquí al 31 de diciembre: acercarse lo más posible a los objetivos de déficit prometidos a Bruselas, y trabajar a fondo en la campaña previa a las elecciones en Cataluña y, sobre todo, en lo que vaya a ocurrir después, si por fin el independentismo resulta triunfador.

Pero la realidad es que todo esto no cambia nada de la situación de fondo. España sigue a años luz de abandonar la recesión, el crecimiento es una quimera, las cifras de paro continuarán aumentando, y la prima de riesgo se mantiene por encima de los 400 puntos. Un valor que parece poco, comparado con los más de 600 que alcanzó hace algunos meses, pero convendría no olvidar el escándalo que montó el propio Rajoy cuando estaba en la oposición y la bendita prima superó los 300 puntos, por entonces “inadmisibles” y que hoy se ven como si fuesen las segundas rebajas de temporada.

Y esa situación de fondo indica que las condiciones de vida del españolito medio no solo están peor que antes, sino que no hay cambio de tendencia a la vista. El rescate sin duda agravaría aun más la caída por el tobogán de la depresión económica, pero aunque más suaves, las medidas gubernamentales para evitarlo recorren los mismos senderos. La imposición del euro por receta en la Comunidad de Madrid, el aumento generalizado de tasas en Castilla-La Mancha o en el ámbito judicial, la profundización de la reforma laboral en las administraciones públicas, o el retraso en la edad de jubilación anticipada son las últimas muescas de un revólver que va matando cualquier atisbo de recuperación o salida.

Griten lo que griten los manifestantes que ocupan las calles casi cada día, la crisis/estafa la estamos pagando y la vamos a pagar entre todos, euro a euro, trabajando más horas y más años en peores condiciones, y aportando a las arcas generales más de lo que el Estado nos devolverá en forma de servicios.

Este deterioro progresivo e implacable de la calidad vital de la mayoría debería ser la prioridad número uno para el grueso de la población, porque marca el epicentro de nuestra cotidianidad. Todo lo demás es juego político y danza económica, divertimentos en los que participan un núcleo muy pequeño de invitados.

Uno de ellos, de barba canosa y rostro impávido, suele dedicarse apenas a mirar, callar y esperar. Nunca será el alma de la fiesta, pero nadie le podrá negar jamás su asombrosa capacidad de resistencia. Se llama Mariano Rajoy y no vive en Numancia sino en la Moncloa, donde empezará 2013 como Presidente del Gobierno.

Solo los más memoriosos lo hubieran afirmado hace tres meses.

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