Si hiciera un concurso y preguntara a qué ciudad árabe pertenece esta fotografía, dudo que haya muchos acertantes, porque la escenografía suele repetirse en cualquiera de ellas. Hormigueo de gente y de coches, cierto caos en el movimiento callejero, algún monumento con su toque kitsch, y hasta el infaltable Starbuck’s.
Pues develo la incógnita: la ciudad es Ramallah, la oficiosa capital de la Autoridad Nacional Palestina, en la Cisjordania regida por Israel; y la foto es actual, de este último verano.
La cuelgo hoy, con las bombas cayendo sobre Gaza, para resaltar las diferencias, y porque cabe preguntarse el porqué de las mismas. Ambos son territorios ocupados; en ambos los oprimidos detestan a sus opresores y desean ser independientes. Pero mientras que unos, desde hace más de un lustro, optaron por la vía del diálogo y la mejor convivencia posible; los otros, optan por el goteo cotidiano de misiles y la provocación permanente que acaba generando reacciones desmedidas, y odiosas y deleznables matanzas por parte de quien posee el poder y lo ejerce con una contundencia que nadie merece.
Unos han logrado domesticar su odio, y con ello crecer, progresar, vivir en paz y, cuando llega el fin de semana, salir de fiesta como en cualquier país árabe. Los otros alientan el odio, exponen a su gente a bombardeos periódicos, gastan sus escasos dineros en fabricar misiles de alcance modesto pero con enorme capacidad provocativa, y subsisten gracias a la caridad ajena.
Por eso, este viernes, la foto es Ramallah.
¡Salam aleikum! ¡Shalom! ¡Buen fin de semana!