Los historiógrafos del Real Madrid seguramente tendrán la respuesta adecuada. Ellos sin duda saben cuándo se produjo la mutación, en qué momento aquello que empezó siendo apenas un rasgo acabó por incorporarse de tal manera a la información genética del club que no hay modo de desterrarlo.
Como es fácil deducir a partir del título, el tema es el descontrol, el privilegio del desbordamiento por encima de la sensatez, la victoria de la fogosidad sobre la mesura. Puesto en marcha el túnel del tiempo se podría reparar en el irrenunciable carácter ganador de Raúl, las desbocadas carreras de Roberto Carlos, los dientes (y codos) apretados de Fernando Hierro, la mala leche de Hugo Sánchez, el espíritu indomable de Juanito y Camacho, el ritmo vertiginoso de Stielike, la capacidad de lucha de Pirri…
Podríamos seguir retrocediendo y es posible que haya teorías diversas sobre dónde comenzó todo, aunque no modificaría la realidad: hace ya demasiado tiempo que el club merengue eligió un estilo y nada ni nadie puede apartarlo, se llame Pellegrini, Mourinho o la larga lista de entrenadores que desfiló por el banquillo blanco en las últimas décadas.
¿Cuál es ese estilo? La apuesta por el vértigo, el intercambio de golpes, la pimienta en ataque y la capacidad técnica de las estrellas como las armas válidas para llegar al éxito. No era así en el Madrid de Beenhakker, aquel que amasaba el fútbol en el mediocampo con Gallego, Michel, Gordillo y Martín Vázquez para explotar arriba con Butragueño y Hugo Sánchez. Intentó que fuera diferente Valdano, aunque al final Amavisca y Luis Enrique acabaron por ser más trascendentes que Redondo y Michel. Trabajó para cambiar la deriva Pellegrini, y no tuvo tiempo ni apoyos para ver los resultados. Y cuesta creer que un entrenador tan poco amigo de los riesgos como José Mourinho no haga hincapié en este aspecto. Pero no hay remedio: lo que quizás viniera amasándose desde mucho antes cuajó definitivamente en los años Galácticos, allá en la primera etapa con Florentino Pérez de presidente. Y entonces el juego, el dominio, el control, pasaron a ser factores secundarios en el Real Madrid, provocando situaciones que se repiten de forma permanente.
Basta con ver los últimos viajes fuera del Bernabéu: de Dortmund al Villamarín, pasando por el Ciudad de Valencia o anoche en Zorrilla, el Real Madrid ha jugado casi el mismo partido, sujeto a vaivenes emocionales o circunstancias puntuales repartidas entre aciertos extraños y fallos propios. Siempre caminando por la cornisa en el resultado y en general, en todo lo que sucede dentro del campo. Demasiado expuesto al caprichoso soplo de los vientos.
Lo curioso es que todo el mundo sabe que no debería ser así. Este equipo, como casi todos los que le precedieron en los últimos quince años, tiene futbolistas de sobra para adueñarse de un partido y llevarlo al ritmo que más convenga. Para anestesiarlo como suele hacer el Barça o electrificarlo como le gusta a Simeone. Pero no lo hace, prefiere dejar que los encuentros fluyan sin control, y sufre mucho más de lo necesario.
Dicen que Mourinho se siente frustrado por la falta de reconocimiento a su labor, porque los jugadores no le responden como él quisiera y porque nadie acaba de comprenderle. Cuesta creer, sin embargo, que si esa frustración de verdad existe no se deba a esta carencia de control futbolístico. ¿Que él mismo la propicia cuando elige a Khedira o Essien en lugar de Modric o en su día Granero? Puede ser. En su concepción del fútbol, la velocidad de la transición va por delante de la elaboración y la paciencia. Pero mirando a sus anteriores equipos uno recuerda el dominio absoluto sobre el juego y sus diversos factores, a veces incluso sin balón.
El Inter, el Chelsea, hasta el Oporto campeón de Europa, no perdían casi nunca la manija de lo que pasaba en el campo. El Madrid sí, muy a menudo. Y ayer, cuando no podía quebrar el 2-2 y el equipo acabó jugando con solo dos defensas naturales, dio la impresión que Mourinho claudicaba, se rendía, y aceptaba por fin su sino: dirige un club –no ya un equipo- que no funciona como los demás; que se activa a partir del toque de corneta y no del agrupamiento racional y coherente. Porque su estilo es el descontrol y lo lleva incorporado en los genes. Y contra eso no se puede luchar…