El invierno suele ser muy duro en el interior de la meseta castellana. En contra de la creencia generalizada fuera de España, aquí no brilla el sol ni hace calor todo el año. Más bien lo contrario. El invierno es largo, es frío, es gris, y profuso en jornadas donde dominan las nieblas.
Pero hay inviernos más suaves, y otros más desagradables. Por ejemplo, el actual: lluvioso, desangelado y tristón. Se deja ver en las calles, con menor actividad y movimiento nocturno; y desde ya, en las cifras de facturación de hoteles, restaurantes y bares, con cuentas que tiritan no solo porque la temperatura sea incapaz de alcanzar los diez grados.
El frío, y la crisis, generan inmovilidad. La niebla provoca confusión. Y si además le sumamos polvaredas cuasi semanales, el panorama toma visos de apocalipsis y no hay manera de saber dónde está el camino correcto. Así está el clima en esta España de hoy, maltratada por los vaivenes de la meteorología; pero sobre todo, magullada por una actualidad política que nubla la vista de quien quiera mirar más allá de la punta de su nariz.
El escándalo en torno a Luis Bárcenas, el ex tesorero del PP devenido multimillonario depositante de euros en una cuenta suiza, se destapó esta semana –aunque se venía cocinando desde hace años, más precisamente desde que quedó implicado en la trama Gürtel, allá por 2009- y se llevó todas las portadas de los últimos días. Aunque no hizo olvidar otros destapes no menos importantes. Ignacio González, Presidente de la Comunidad de Madrid, debió aceptar que compró un ático en Marbella pagando más de 700.000 euros en efectivo que no puede justificar; la empresa farmacéutica donde entró como asesora la esposa del ministro de Exteriores gana un concurso público que hasta ahora siempre había perdido; el caso Urdangarín acumula folios e imputaciones; los turbios negocios de los Pujol, los Duran y CiU en general hacen tambalear los afanes independentistas en Cataluña… Y así se podría continuar con una larga lista de corruptelas que han trasladado a los Juzgados los focos de la noticia y, lo que es más sugerente y peligroso, los del poder. Unos Juzgados que, cabe recordar, están de uñas con el Gobierno y el ministro Alberto Ruiz Gallardón, incluyendo las nunca antes vistas manifestaciones de jueces en las calles.
La polvareda es tanta, que se hace muy complicado discernir qué ocurre, a qué se debe tanto ajetreo, aunque hay un hecho evidente: algo se está moviendo en las cimas del Poder, algo que quizás solo comprenderemos una vez que se concrete se está fraguando, y los actores que manejan datos desconocidos para el común de la gente buscan el sitio para acomodarse mejor ante el panorama que se avecina. Es una de las ventajas de habitar las cumbres de ese Poder: siempre existe la posibilidad de asomar la cabeza por encima de la niebla y ver todo con mayor claridad.
En medio del caos, mientras tanto, abundan las teorías, en muchos casos opuestas. Están los que quieren ver la mano de las grandes corporaciones detrás de semejante estallido de desprestigio, dado su malestar con Mariano Rajoy y su tozudez en no pedir el rescate financiero para España. Están quienes ven una maniobra surgida en la propia sede de la calle Génova, para cargar el muerto de la corrupción a los viejos gestores del partido. El diario El Mundo, que hizo saltar la noticia de la trama de los sobresueldos en B que pagaba Bárcenas a los dirigentes del PP, se preocupó con mucha insistencia en dejar indemnes, en principio, al propio Presidente del Gobierno y a María Dolores de Cospedal, la actual Secretaria General.
Están los que creen vislumbrar la malévola mano de Esperanza Aguirre, la dirigente más populista de los populares, quien se quitó del medio justo a tiempo –renunció a la presidencia de la Comunidad de Madrid en septiembre pasado- para quedar al margen de la debacle y, si ello ocurriera, poder presentarse como la “salvadora” o “refundadora” del Partido en caso de derrumbe absoluto en un futuro no muy lejano.
Sea cual sea la razón, lo cierto es si algo le faltaba a España para caer en el abismo de la credibilidad mundial, es esta exposición pública de podredumbre interna que carcome cualquier estructure que se toque, cualquier pilar en el que uno pretenda apoyarse. De la Monarquía a los Tribunales, de los Ayuntamientos a los partidos políticos, nada ni nadie parece a salvo del huracán.
Tal es así, que incluso los medios poco afines al PP, como el diario El País, en su editorial del viernes alentaba a Rajoy y su gente a encontrar una solución urgente al caso Bárcenas, temerosos de que el vendaval acabara por llevarse por delante el Gobierno y abriese un panorama absolutamente impredecible: “abonar el terreno para el populismo o los antisistema”, era su conclusión.
¿Cabrían esas opciones? ¿Qué pasaría si los escándalos obligasen a un adelanto electoral? Es cierto que el surgimiento de un líder con carisma que conecte con la población a través de un discurso posibilista tendría bastantes probabilidades de éxito. Pero por el momento, tal figura no existe ni se la vislumbra, no tiene nombre ni rostro. Y tampoco por el lado “antisistema” (aunque habría que preguntarse a quiénes ubica El País en esta categoría) hay una estructura que permita visualizar una revolución cercana. El viernes, en medio de la indignación provocada por el asunto Bárcenas, la convocatoria a protestar frente a la sede del PP en Madrid, convocó a no más de un millar de personas. La foto fue mediática pero el efecto real, absolutamente nulo.
Sí es verdad que en la base de la población crece imparable un malestar generalizado, un hartazgo contra los políticos que empieza a adquirir un cariz peligroso. Porque del descrédito de los políticos es fácil pasar al descrédito de la política. El País, y seguramente buena parte de la oposición al Gobierno, léase PSOE, UPyD y nacionalismos moderados, tal vez teman que ese vacío pueda ocuparlo un populista al estilo Hugo Chávez. Por ahora, en Europa siempre fueron dictadores de signo contrario quienes rellenaron esos sitios.
Añádase a todo esto una depresión económica sin final a la vista –la caída en recesión de Alemania es la puntilla que falta para tirar al traste los buenos augurios de Guindos, Montoro y compañía- y la amenaza de desmembramiento que llega desde Cataluña, y sin dudas se extenderá al País Vasco en función de cómo se desarrollen los acontecimientos, para completar un panorama “dantesco”, que diría un conocido presentador de Tele 5.
Así, entre tinieblas y polvaredas espesas, comienza España el 2013. A veces dan ganas de encender una cerilla (o fósforo, al otro lado del charco) para intentar ver un poco mejor. Pero mejor no hacerlo. No vaya a ser que estalle todo por los aires…
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