Seguramente, la gente del balonmano español no imaginó un lunes como este ni en sus mejores sueños: la selección que ayer arrolló a Dinamarca en la final del Mundial jugada en Barcelona es hoy dueña del 80% de las portadas de este país, el mismo día que el Real Madrid hizo 4 goles (y Cristiano Ronaldo, 3); y el Barça metió 5 (y Messi, 4).
¿Es que ha llegado el momento de reconocer a los deportes minoritarios? No. No nos engañemos. La coincidencia casi unánime en destacar con grandes fotos y titulares el triunfo del balonmano (valga la cabecera de El Norte de Castilla como ejemplo) hay que «leerla» con otras claves: en algún caso sirve para resaltar que la unidad de España se traduce en éxitos importantes; en otros, es la vía de escape para alentar el optimismo en estos tiempos de crisis profunda.
Ambos caminos conducen al mismo destino: como ocurría hace décadas, cuando los logros eran excepcionales y España vivía acomplejada por su papel de país menor y sin peso en Europa y el mundo, los triunfos deportivos -o los de Eurovisión- eran casi lo único a lo que agarrarse para sostener la autoestima. Y por esa vía parece que volvemos a transitar.
Aunque no todos. Levante, el periódico valenciano, reduce la noticia del balonmano a un rincón de la portada, para llamar la atención sobre la fuga de científicos y el empeño en mantener la tradición de una «batalla de ratas» en un barrio de Valencia.
En realidad, dos maneras muy diferentes de decir lo mismo: estamos en pleno camino de regreso a las cavernas.