Los autobuses de la discordia (o la guerra interna de Israel)

Afikim-main-4La noticia que publicó en estos días el diario El País, seca y dura como las tierras del entorno, indica que las autoridades israelíes dispusieron crear dos líneas de la compañía pública de autobuses Afikim para realizar el trayecto desde Cisjordania al centro de Tel Aviv, un viaje que a diario deben hacer cientos de palestinos que trabajan en la capital del Estado. Y se completa con un incidente: en la noche posterior a sus viajes inaugurales, dos de estos vehículos fueron incendiados (estaban vacíos y aparcados en la calle) en Kafr Qasim, una ciudad de Israel con mayoría de población árabe.

Pero una vez superadas estas cinco líneas de teletipo, el suceso tiene connotaciones y lecturas para todos los gustos. La primera que salta a la vista es la apariencia claramente discrimatoria de estas líneas, creadas a partir de las quejas de los colonos judíos que viven en Cisjordania y deben compartir viaje con sus vecinos/enemigos. El Gobierno de Israel niega que los autobuses sean «para palestinos» (de hecho, no lo son, porque cualquiera puede utilizarlos), y alega que nacen como necesidad para reforzar el servicio y abaratar el coste del billete que cobran las compañías privadas por hacer el mismo recorrido; pero la realidad es que la protesta que origina la medida permite la sospecha. Y peor aun, incide en la sensación de que el fundamentalismo judío, escenificado por los colonos, aumenta de manera lenta pero inexorable su peso específico.

Colonos judíos

Colonos judíos

Son los mismos colonos que discriminan la ubicación dentro de los autobuses según el sexo -como es fácil imaginar, los hombres delante y las mujeres detrás-, y que en muchos casos ni siquiera reconocen al propio Estado de Israel, porque entienden que no sigue a pie juntillas las leyes de la religión. Son los que se multiplican demográficamente sin ningún control de natalidad, y geográficamente gracias a la complacencia del Gobierno de Benjamín Netanjahu. Los que amenazan con convertirse en dueños del país cuando su número sea suficiente para ganar la silenciosa guerra interna que se libra en Israel, y que agrega otra mecha más al polvorín general de la región.

¿Quién iba a decir que en el precario y estrecho espacio de un autobús podían caber tantas desgracias? Pues sí, ahí van, apiñados, nada menos que el fanatismo religioso, el más anacrónico de los sexismos, la semilla del racismo y, muy posiblemente, también el odio y el afán de venganza de los discriminados. Un auténtico cóctel molotov con capacidad para 40 personas sentadas.

Eso sí, a un precio módico y asequible a los bolsillos de todos los colonos y cisjordanos…

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