A veces ocurren estas casualidades. Sólo un rato después de dedicar las portadas del día al tema de la manipulación, el Instituto Nacional de Estadísticas da a conocer las cifras de casas vacías, según un censo realizado en 2011.
En primer lugar cabe resaltar lo más evidente: el INE suelta el dato horas antes de que el Congreso apruebe la nueva Ley Hipotecaria, es decir, con el tema viviendas en lo más alto de la atención mediática. Y las casualidades, como ya sabemos, no existen.
Y después está el tema de la cifra en sí misma: según la encuesta, el incremento en el número de casas vacías entre 2001 y 2011 fue del 10,8%. Sorprendente, teniendo en cuenta la cantidad brutal de pisos construidos durante los años de la burbuja, y todos los que quedaron sin vender, los que se vaciaron a fuerza de desahucios y los que tienen en su poder los bancos a partir del estallido de la crisis en 2008.
Sabemos de sobra que nada hay más sencillo de manipular que las estadísticas. Justamente ayer, en una comida entre amigos, uno de ellos contaba de muy buena fuente cómo en la Argentina de los 80, se «dibujaban» sin escrúpulos las cifras de la inflación mensual en el Instituto de Estadísticas y Censos. Una práctica denunciada en los últimos tiempos, pero que pasaba inadvertida en aquellos años.
Lo concreto es que hay algo en este dato que ofrece hoy el INE que no acaba de cerrar. O estaba mal hecho el censo de 2001, o lo está el de 2011. ¿Podrá influir que el anterior se hizo casa por casa y el actual solo tomando un muestreo del 11% de los hogares de todo el país? Es probable, ¿no? Además, hay que mirar qué se considera «vivienda vacía», y esto también cambia según el Gobierno y sus necesidades.
Pero justo hoy, el día que el Congreso se dispone a dar olímpicamente la espalda a la dación en pago y el resto de reivindicaciones que 1,4 millones de firmas apoyaron en su ILP, convenía «informar» que «la cosa no es para tanto», y que después de llenar el país de ladrillos durante un lustro tampoco hay muchísimas casas vacías más que hace diez años.
Conclusión: vivimos manipulados, zarandeados por informaciones a medias y cifras de difícil control. Más que cualquier Ley de Transparencia haría falta un ser humano transparente. Y eso parece muy, pero que muy difícil de conseguir…