Atenas es, desde hace más o menos una hora, la palabra que más resuena en los alrededores del Fútbol Club Barcelona.
En Atenas cayó fulminado el «Dream Team» que gobernaba Johan Cruyff desde el banco. Fue en una final de lo que entonces se llamaba Copa de Europa y ahora se denomina Champions League. El rival era un Milan hijo de aquel que había forjado Arrigo Sacchi, pero sin aquel trío de holandeses que le daban lustre. Lo entrenaba Fabio Capello y pasó de manera inmisericorde por encima de los Koeman, Guardiola y Romario. El resultado fue 4-0.
Cruyff siguió un año más al frente del Barça, pero todo el mundo sabía que el equipo que deleitó en la primera mitad de los 90 ya no volvería a ser el mismo. Hoy no queda más remedio que remitirse a aquella noche de Atenas. En el fútbol no existen los finales felices; los ciclos siempre acaban con una derrota más o menos estruendosa. Entonces llega el tiempo de las preguntas: ¿volveremos a ver alguna vez al Barça majestuoso que barrió al Manchester United en la final de Champions de hace dos años? ¿Al del baile descomunal al Arsenal? ¿Al de los 6 goles en el Bernábeu y el 5-0 en el Camp Nou?
Ahora mismo, con la visión todavía fresca del derrumbe físico y futbolístico ante el Bayern Munich en la retina, todas las evidencias invitan al pesimismo. Sobre todo, porque no se puede explicar este 4-0 como el resultado de una mala noche, como un hecho aislado. El Barça llevaba meses ocultando como podía un desgaste cada día más notable en su juego, buscando coartadas -la enfermedad de Vilanova, las lesiones en defensa, la prematura ventaja en la Liga- para meter bajo la alfombra la realidad de falencias que brotaban como malas hierbas en medio de la pradera.
El binomio Tito/Roura, seguramente impulsado por la seguidilla asombrosa de triunfos a principios de temporada pero también por una convicción profunda, convirtieron el estilo en un axioma casi fundamentalista, solo alterado en condiciones extremas, como los últimos minutos ante el PSG en el Camp Nou. Y está bien. No es criticable su elección. Era necesario, casi indispensable, que el inolvidable Barcelona de este lustro, el Mejor Equipo de la Historia de este juego, exprimiera hasta la última gota una forma de entender el fútbol como no se había conocido antes, ejecutada además con una precisión, continuidad y efectividad que superó cualquier registro conocido.
Pero la realidad, tozuda y nada proclive a sentimentalismos, indicaba que si los resultados seguían acompañando no se debía tanto a la presión adelantada tras cada pérdida de pelota, ni al movimiento constante de los delanteros, ni a la llegada desde segunda línea de los volantes o los laterales; se sostenía casi exclusivamente por la inusual puntería de un «extraterrestre» llamado Lionel Messi.
Sus goles estiraron la vigencia del estilo en el último año, le dieron contenido y razón de ser; y evitaron al mismo tiempo las discusiones y los debates. Hasta que el 10 se rompió. O incluso un poco antes, cuando los rivales decidieron regalar las bandas y cerrar el medio para achicarle los márgenes de maniobra. Entonces empezaron los problemas, y salvo el oasis del partido de vuelta contra el Milan en el Camp Nou, el equipo comenzó a desfigurarse, a parecerse a sí mismo en el afán por manejar el balón, pero también a perder profundidad, y con ello y por ello, a aumentar su fragilidad defensiva.
El partido de esta noche es el colofón de esta caída paulatina. Podrá decirse que faltaron Puyol y Mascherano, o que Messi jugó al 30% de sus posibilidades. Es cierto. Pero no cambiaría el discurso. Tal vez estaríamos hablando de un 3-1 en lugar de un 4-0, pero el concepto sería el mismo. El Barça, el que todos identificamos desde hace cinco años como la armonía perfecta de plasticidad y esfuerzo, de solidaridad y belleza, ya no es el Barça. Mal que nos pese a los amantes del fútbol. Ni lo volverá a ser. Porque Xavi ya siente el peso de los años, Alves ha perdido potencia, Valdés quiere emigrar, Puyol se acerca a la jubilación…
Ahora tocará a su gente barajar y dar de nuevo. Sentarse a pensar por qué camino seguir. Si el del endeudamiento y la élite; o el del equilibrio financiero y la modestia futbolística. Porque la cantera no lo puede solucionar todo, y si la pretensión es seguir peleando todos los títulos habrá que invertir, en un portero si se va Valdés; en defensas centrales; en un par de cracks que enmascaren la Messidependencia arriba.
Andoni Zubizarreta, el actual responsable del fútbol del Barça, era el arquero en aquella derrota de Atenas. Sabe lo que significa un final de ciclo. Será interesante ver cómo lo encara y qué ideas propone para resolverlo. Sean cuales sean hay algo seguro: si llegan nuevas figuras, el Barcelona se mantendrá entre los grandes del continente. Pero ya será, necesariamente, otro equipo, que podrá mantener ciertas pautas ya incorporadas al ADN del club, pero deberá adaptar su juego a las características de quienes se vayan incorporando.
El Barça del Pep, el que llevaba un año atado a la zurda de Messi y dos largos meses trastabillando aquí y allá, rindió orgullosamente sus banderas en Munich. No hay nada que objetar, no hay nada que lamentar. Solo cabe el agradecimiento. Por tanta alegría, por tanto arte, por tanto fútbol…