Estuvimos al borde del «abismo fiscal» (pero hemos dado un paso al frente)

Desde hace ya bastante tiempo, en Estados Unidos está instalada la idea de que Europa, o mejor dicho la Unión Europea, es una organización de dudosa eficiencia, que en lugar de resolver sus problemas se empeña en patearlos hacia adelante, esperando que las leyes del mercado, la diosa fortuna o algún elemento sobrenatural solucione los problemas estructurales que afectan a su funcionamiento y lastran su presente y su futuro.

EEUU-UE

No deja de ser un punto de vista curioso. No porque no tenga una buena parte de razón, sino porque es insólito que del otro lado del charco no se den cuenta que en Europa están viendo su propio espejo. La economía norteamericana hace ya bastante tiempo que ofrece profundas lagunas y excesivos agujeros negros. Basta con escuchar los discursos de los candidatos a la Casa Blanca en varios de los últimos procesos electorales para darse cuenta: todos, de una u otra manera, han repetido aquello de «recuperar para USA su carácter de líder mundial». Como es obvio, nadie recupera algo que no ha perdido, así que a buen entendedor…

¿Y qué lleva haciendo la Reserva Federal y los sucesivos gobiernos estadounidenses desde que los japoneses primero y, sobre todo, los chinos después, comenzaron a comprar sus empresas y discutir su supremacía como locomotora económica del planeta? Tirar la pelota hacia adelante. Con subidas o bajadas de impuestos según soplara el viento. Con oleadas de dinero público para rescatar a los bancos, aseguradoras o a algún Estado en bancarrota. Con impulsos al desarrollo o restricciones al consumo, ellos -exactamente igual que Europa- empujan la solución rumbo a un mañana de pronóstico incierto. Lo cual demuestra que, en el fondo, tal solución no existe. Que es el modelo -o el sistema- el que registra un fallo, que no existe pieza de repuesto que lo arregle, y que mientras se persista en no cambiarlo, solo estaremos prolongando su agonía.

Barack Obama. Foto: Reuters

Barack Obama. Foto: Reuters

El último ejemplo tuvo lugar ayer. Las bolsas del mundo hoy celebran con fuertes subidas el acuerdo de último minuto –muy peliculero, demasiado hollywoodense como para no creer que estaba todo pactado de antemano- que evitó la caída en el ya famoso «abismo fiscal». Pero en cuanto se conocen las claves del maravilloso acuerdo, la conclusión es que no hay soluciones de verdad. Son medidas para salir del paso, que ni contentan del todo a nadie ni resuelven ningún problema: no proporcionarán grandes ingresos al fisco, no generarán un estímulo al consumo, no reducirán la deuda ni el déficit. Como mucho, tampoco empeorarán las cosas. Pero es que, además, algunas medidas tienen fecha de caducidad: el subsidio de desempleo se extiendo por un único año más; y los recortes por 110 mil millones de dólares por apenas dos meses. ¡Dos meses!

Y esta es la gente que dice que en Europa se pierde el tiempo y no se va a la raíz de los problemas. Si uno se detiene a pensar en manos de quién está el mundo -aquí, allá y casi en todas partes- es para echarse a temblar, sinceramente…

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La Portada del Día: Quemarlo todo

Como era de esperar, Barack Obama es el gran protagonista del día en las portadas de los periódicos españoles. Y la foto en la que aparece abrazado por su esposa Michelle es la que más se repite (en ese sentido, ningún título es más acertado e ingenioso que el elegido por El Correo Español-El Pueblo Vasco).

Pero para romper un poco la norma, y con el tema de los desahucios y las relaciones banca/clientes en plena ebullición, he preferido hacer hincapié en la historia -y la foto- que El Correo de Burgos (edición de El Mundo en la provincia) destaca en su página de apertura.

Porque expresa con claridad la angustia que hoy en día viven muchos ciudadanos y ciudadanas de este país, y porque el acto del vecino de Sotopalacios cumple con una frase que se escucha a diario en muchos rincones de España: «Habría que salir a quemarlo todo«, dicen los que entienden que la situación se está tornando insostenible.

En Burgos ya hubo alguien que puso manos a la obra.

La paz, la guerra y la mentira

¿Qué es la paz? En principio, algo tan difícil de definir, que la RAE lo hace a través de la oposición y la negativa. «Situación y relación mutua de quienes no están en guerra»; «Pública tranquilidad y quietud de los Estados, en contraposición a la guerra y la turbulencia», son las dos primeras acepciones que aparecen en el diccionario, y las siguientes tampoco cambian el tono. En todos los casos, se refiere a un estado opuesto a «la turbación, las pasiones, disensiones, riñas y pleitos».

Y por el contrario, ¿qué es la guerra? Volvamos al diccionario. Las dos primeras acepciones apunta a lo más obvio: «Desaveniencia y rompimiento de la paz entre dos o más potencias (¡¿?!)» y «Lucha armada entre dos o más naciones o entre bandos de una misma nación». Pero la tercera aclara: «Lucha o combate, aunque sea en sentido moral». Es decir, que no hacen falta bombas, tiros ni tanques para estar en guerra, que es lo mismo que no estar en paz.

Pues bien, el Comité Nobel de la Paz acaba de otorgarle su Premio de este año a la Unión Europea, ese espacio donde, según ellos, no se dan ni las luchas ni los combates. Donde no se utilizan pueblos y países enteros como rehenes para ganar poder y dominar territorios. Donde a lo largo del último medio siglo no se ha ido engrendrando de manera lenta, sibilina y sin disparar un solo tiro la actual situación de conquistadores y conquistados. Donde no hay turbaciones, ni disensiones, ni riñas ni pleitos. Donde reina la tranquilidad pública. Donde no se tiene la venta de armas como uno de los negocios más florecientes. Un espacio que hoy, más que nunca, este Comité debe ver como un paraíso moral.

Tampoco debería asombrarnos.

Es el mismo Comité que en sucesivas ediciones otorgó su premio a terroristas como Menajem Begin o Yasir Arafat; a Henry Kissinger, uno de los políticos norteamericanos con las manos más manchadas de sangre; o a otros políticos de historiales tan controvertidos como Jimmy Carter, Shimon Peres o el mismo Barack Obama (basta con recordar su discurso tras el supuesto asesinato de Bin Laden para poner en cuestión su talante pacifista).

Es, en definitiva, un Comité perfectamente integrado en el perverso juego de la Gran Mentira que nos pretenden contar a diario. La Unión Europea, esta UE que semeja un nido de buitres intentando rapiñar las migajas postreras de un sistema que ya no tiene manos suficientes para sostener la estantería. Esta UE que avanza sin rumbo hacia ninguna parte, de la que parecen haberse esfumado los pensadores, intelectuales y filósofos que aporten luz y brinden cordura. Esta UE que ignora su propio Parlamento y le va restando competencias, peso y razón de ser. Esta UE cada día más antidemocrática, cada día más de espaldas a los pueblos que dice representar, recibe ahora, justo ahora, en el momento más débil y controvertido de su corta Historia, el espaldarazo de la legitimación internacional que, aunque parezca insólito, todavía significa ganar el Premio Nobel.

Por cierto, el Comité Nobel de la Paz es noruego. Y Noruega no pertenece, ni por el momento se plantea pertenecer, a la UE.