El Telegrama de la Tarde: La democracia vacía

egypt-protests-morsiEl Gobierno de Mohamed Morsi en Egipto se tambalea. Stop. Morsi ganó las elecciones hace justo un año. Pero ahora una parte importante de la población quiere que se vaya. Stop. Con las diferencias del caso, algo semejante ocurre con Erdogan en Turquía (reelegido en 2011), Cristina Kirchner en la Argentina (ídem) o el Gobierno de Bulgaria (electo hace apenas dos meses). Stop. En todos los casos se trata de Gobiernos legítimos, surgidos en elecciones democráticas. Y entonces, ¿acaso la gente no sabe lo que vota o cambia muy rápido de opinión? Stop. Quizás, ni una cosa ni la otra. Quizás, lo que falla es la democracia en sí misma, ese sistema cada vez más representativo y menos participativo, cada vez más lejos del control popular y más dependiente del poder económico y de los medios de comunicación, cada vez más vacío. Stop. Urge transformar y reformar a fondo las democracias. Porque si no se hace, la profundidad de las divisiones en el seno de las sociedades acabará por fracturarlas. Y los tanques se comerán a los votos. Inevitablemente…

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España y Argentina, dos realidades y algunas (curiosas) coincidencias

Pertenecer a dos países, uno a cada lado del mundo; vivir más o menos atento a dos realidades; conocer, o como mínimo tener una aproximación, a la Historia, el devenir y el pensamiento de dos poblaciones en apariencia alejadas y con dinámicas diferentes, genera un buen cúmulo de inconvenientes. El desarraigo, la ambivalencia, la melancolía… Pero también otorga las ventajas de la perspectiva, de cierta serenidad en el análisis y de la posibilidad de realizar comparaciones, que según como se hagan, no tienen por qué resultar odiosas.

Anoche, mientras en España ya era hora de irse a la cama, en la Argentina daba comienzo una nueva manifestación en contra de las políticas del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la tercera de estas características, por lo que ya ha dejado de ser una novedad.

Tampoco fue novedoso encontrar mi red social invadida por carteles -algunos muy duros- que criticaban a convocantes y participantes en la manifestación. Pero había algo que llamaba mi atención más que otras veces. Era tarde, mi capacidad de pensamiento estaba reducida y preferí no decir nada. Esta mañana me di cuenta de lo que ocurría.

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Analicemos algunos de estos carteles. Fueron subidos a la red por partidarios y defensores del Gobierno de Cristina. Y se apoyan en los votos y los resultados electorales para deslegitimar el derecho a protestar, a quejarse, a decir que hay cosas en la acción de ese Gobierno que a un sector -bastante amplio, según parece- de la población argentina no le gusta cómo se están haciendo.

Está bien. Efectivamente, en una democracia gobiernan los más votados. Pero lo curioso, muy curioso, es que se trata exactamente del mismo argumento que utiliza en España el Gobierno de Mariano Rajoy para deslegitimar las protestas de plataformas, «indignados» y opositores de todo pelaje. Y lo paradójico es que muchos de los que colgaron esos carteles en facebook o twitter son los mismos que desde la Argentina dicen «Me gusta» o comparten las entradas donde se relatan las acciones que realizan desde los afectados por la hipoteca al 15M, pasando por sindicatos o partidos de izquierda en España.

El PP, es decir, la derecha más rancia, gobierna con mayoría absoluta en Madrid. Y el peronismo K, es decir el ala situada más a la izquierda dentro del Movimiento Justicialista, lo hace de igual modo en Buenos Aires. Tienen en sus respectivos congresos votos suficientes para aplicar sus criterios sin necesidad de demasiados pactos, con alguna dificultad más en el caso argentino, pero no mucha. El problema es que en ambos casos parecen haber olvidado la segunda parte de un precepto fundamental de las democracias: gobiernan las mayorías sí, pero con absoluto respeto hacia las minorías. Eso debería significar escuchar, debería significar aceptar sugerencias, e incluso pactar para contentar a la mayor cantidad de población posible, no solo a los votantes propios.

Esto, ya lo sabemos, lamentablemente no suele ocurrir. Si es que alguna vez existieron, que estaría por verse, los grandes estadistas que pensaban en sus países como un todo y no como una lucha partidaria por detentar el poder han desaparecido de la faz de la Tierra. Casi como los dinusaurios…

Cacerolas 2Y los políticos de estos tiempos, no contentos con la sectarización de sus discursos y líneas de actuación, cometen un fallo aun más grave: trasladan su dogmatismo, sus peleas y sus luchas de intereses a sus partidarios, los contagian, y les hacen caer en incoherencias como la señalada anteriormente: criticar en un sitio lo que se aplaude en el otro.

Las minorías, en España, Argentina y en cualquier lado, tienen toda la legitimidad del mundo para quejarse, para protestar, para decir que sienten que no se presta atención a sus derechos y no se respeta su manera de pensar. Y si esas minorías y esos reclamos son capaces de congregar a grupos cada vez más numerosos de población deberían merecer una única lectura por parte de los gobernantes, sus partidarios y sus defensores: que hay algo -o más de una cosa- que se está haciendo mal; que hay una parte importante de compatriotas que no se siente respetada, o que no está de acuerdo con las políticas adoptadas… o lo que sea. Pero en todo caso, merece ser escuchada, y en lo posible, atendida en sus reclamos.

Para el PP, los indignados, los que organizan los escraches, los que asaltan simbólicamente algún supermercado de tanto en tanto, son la «izquierda radical», «antisistemas» que quieren conquistar el poder fuera de la democracia y torcer la voluntad popular sin pasar por las urnas, porque el día de las elecciones pierden. Para el gobierno K, los que golpean cacerolas y se manifiestan en las calles o los medios son «gorilas» o «golpistas» que quieren conquistar el poder fuera de la democracia y… bla, bla, bla. ¿Se ven las coincidencias? Pero como las ideologías son opuestas, los que en un lado critican a quienes se quejan, en el otro apoyan las protestas. Y viceversa. Es decir, se es más o menos demócrata según el cristal con que se mira y el color de la camiseta que se lleva puesta.

En realidad, la única coincidencia real es la intolerancia ante el disenso, prima hermana del fanatismo. Y esa es una enfermedad grave, muy grave. De la que deberíamos curarnos todos, en Argentina, España o en cualquier parte, porque es un cáncer que nos corroe y nos incapacita como personas; nos ciega y nos hace caer en contradicciones absurdas; nos anula, nos divide, y habitualmente -lo demuestra la Historia- nos hace apoyar causas y personas que, por lo general, no defienden más intereses que los de ellos mismos.

Mientras no incorporemos esta lección a nuestras células seguiremos como hasta ahora: arrastrados con más o menos éxito por mareas que parecen acercarse al ideal de cada uno hasta que estallan contra el acantilado más próximo. Y nuestras vidas, y las vidas de las sociedades a las que pertenecemos, seguirán estando aproximadamente en el mismo lugar. Siempre ancladas al punto de partida…

El Telegrama de la Noche: Lecciones argentinas

CFK

Cristina Fernández de Kirchner

Cristina Fernández de Kirchner habla en el Congreso argentino mientras un Tribunal de Estados Unidos conmina a su país a establecer antes de finales marzo un plan de pagos a uno de los llamados «fondos buitres». Stop. Se trata de poseedores de bonos del Estado que Argentina dejó sin pagar cuando se declaró en default, hace más de diez años. Stop. Y CFK les contesta. Stop. Dice que quiere pagar, pero sin volver a endeudarse y en iguales condiciones a las establecidas para el resto de acreedores que aceptaron la quita y los plazos que marcó Argentina para saldar su ilegítima deuda externa. Stop. Y tiene razón. Al margen de que su Gobierno haga cosas, muchas cosas, absolutamente criticables, en este caso tiene razón. Stop. De hecho, no estaría nada mal que por estos pagos no se cayera tan fácilmente en la trampa de los medios y se estudiara con más detenimiento «el caso argentino» y la evolución económica seguida durante esta década en la que ha vivido fuera de los mercados financieros. Quizás más de uno a este lado del Atlántico caería en la cuenta que hay lecciones que convendría aprender