Decía una guionista de televisión el jueves pasado que la serie España vive su mejor temporada, porque no hay día en que no ocurra algo sorprendente. Y no le falta razón. Las últimas semanas son un continuo de revelaciones, descubrimientos, negativas, contradicciones y titubeos que a falta de mejores perspectivas, al menos no dejan espacio al aburrimiento.

Mariano Rajoy y Angela Merkel. Autor: Serko.
El embrollo, posiblemente interesado, en que se va convirtiendo el caso Bárcenas es trending topic por encima de cualquier discusión futbolística, que en este país ya es mucho decir. Y las consecuencias de esta debacle institucional generalizada concitarían hoy más atención que las quinielas, si se abrieran apuestas al respecto. Aunque acertar el resultado parezca en este momento mucho más difícil que saber cuántos goles marcarán Messi o Cristiano Ronaldo de aquí a final de temporada.
El último episodio del culebrón, ayer mismo, sacó a la luz las declaraciones de renta del presidente Mariano Rajoy, un acto sin más utilidad que demostrar que su discurso de austeridad durante el último lustro siguió un camino inversamente opuesto al de sus ingresos. Por lo demás no aclaró nada, como era obvio, ya que nadie le dice al fisco lo que cobra en dinero negro.
Lo concreto es que a día de hoy existen demasiados casilleros en blanco en el sudoku abierto tras la irrupción del ex tesorero del PP en el epicentro del terremoto político hispano, y los dirigentes del partido en el poder no ayudan demasiado a completarlos.
Hilando fino y tras pasar la semana por el cedazo, solo queda un puñado de conclusiones firmes. La primera es el indudable clima de conflictividad interna que se vive en la sede de la calle Génova. Las declaraciones diáfanas y directas de Esperanza Aguirre no hicieron más que alentar una de las tantas teorías en circulación desde que se hizo pública la cuenta suiza de Luis Bárcenas: que la lideresa madrileña se está moviendo entre bastidores con su reconocida habilidad. Resulta temerario sostener que fueron sus huestes las que difundieron la información que compromete a todos los dirigentes históricos del partido… salvo a ella. Pero no hay dudas del aprovechamiento que pretende hacer de la situación.

Esperanza Aguirre
La ex presidenta de la Comunidad de Madrid, guste o no, es el mejor cuadro político que posee el PP. Puede ser maquiavélica, autoritaria y hasta déspota, pero nadie puede negarle olfato y una capacidad innata para conectar con la gente, de la que carecen casi todos sus compañeros de formación, con Rajoy a la cabeza. Mirada en perspectiva, su sorpresiva dimisión a su puesto al frente de la Comunidad fue una jugada estratégica de primer orden. A nadie debería escaparle que dejó atada la privatización de la sanidad pública madrileña, o la aprobación de Alcorcón como sede del vergonzoso paraíso del vicio que será Eurovegas, por ejemplo. Pero no sale en ninguna de esas fotos. Ni estuvo en la pelea por la Sanidad ni en la firma con el magnate Adelson. Y ella, más que nadie, sabe que la memoria del electorado es muy corta. Entonces hoy dice lo que la gente, sobre todo la de sus propias filas, necesita oír. Su postulación para trabajar en la regeneración democrática suena a chiste de mal gusto en el arco opositor, pero es un bálsamo para las desorientadas almas de la derecha española. Un bálsamo que ya empieza a calar y ganar tantos adeptos que no sería extraño que resultara vencedora si -esto es pura ciencia ficción– el PP se planteara un tête-a-tête abierto entre ella y Rajoy.
La razón es muy sencilla y enlaza con la segunda conclusión a la que se llega en estos días tumultuosos. Aguirre habla como si no tuviera nada que esconder. Rajoy y el resto del partido callan o tartamudean, como si guardasen demasiada basura debajo de las alfombras. Esa es al menos la percepción general, la que se va haciendo carne en la población –si las encuestas no mienten- y la que más socava la credibilidad del Gobierno, y de las instituciones en general. Porque no se debe olvidar que se suma a lo que ocurre con la Monarquía, la Justicia, el mundo empresarial, el de las finanzas, el sindicalismo o las fuerzas de orden público, quien más quien menos, todos ellos pringados por la viscosa sospecha de la corrupción.
Como escribía ayer el sociólogo Manuel Castells en un interesante artículo en La Vanguardia, es una sensación de hundimiento moral que se añade a la económica. En ese texto, Castells se permite sugerir una revolución a la islandesa, es decir, pacífica, a través de las urnas y con una nueva Constitución como punto final del actual proceso e inicio de una etapa política diferente. Sin dudas, un escenario ideal, pero por ahora quizás lejano.

Alfredo Pérez Rubalcaba
Es cierto que cada agravio que llega desde las alturas del Poder multiplica el hartazgo de una porción cada vez mayor de la población –la tibieza de Alfredo Pérez Rubalcaba y el PSOE en la presente coyuntura ayuda bastante a provocarlo-, pero no menos real siguen siendo el miedo a la ruptura, y la presencia de un amplio sector del electorado mucho más proclive a escuchar a las Esperanzas Aguirres de turno que a quienes pretenden un cambio más profundo.
En ese sentido, lo ocurrido estos días en Berlín y Bruselas no deja de ser llamativo. Allí, en tierras hasta hace poco enemigas, Mariano Rajoy recibió algo de alivio a tanto desasosiego. Angela Merkel le extendió la mano durante su visita a Alemania, y la UE en su conjunto le permitió una cierta alegría al confirmar que en los próximos años la balanza de ingresos y pagos a Europa seguirá siendo favorable para el Tesoro español.
El apoyo más o menos implícito recibido por el Gobierno en los últimos meses es tan poco casual como los órdagos de Aguirre. Si algo no puede permitirse Europa es agregar incertidumbre a su precaria estabilidad monetaria. Bastante tiene con Italia en ese sentido. Y Rajoy es, en este momento, la única carta segura al sur de los Pirineos. Con el PSOE en caída libre, si este Gobierno desbarrancara del todo se abriría un escenario impredecible. Hace menos de dos años que la UE impuso a Rodríguez Zapatero una reforma constitucional que garantiza como prioridad el pago de la deuda externa, y lo último que harían ahora Merkel y sus aliados es poner en peligro esa carta, vital para la propia supervivencia. Por eso, y aunque la prima de riesgo siga en unos niveles inaceptables para que la economía española pueda escapar de la recesión, ya nadie habla del rescate, ni del corralito, ni de un euro a dos velocidades.
Contra todo pronóstico, Europa ha salido al rescate de Rajoy, y es hoy su principal aliada. Y por el contrario, sus opositores más acérrimos comparten con él las oficinas de la calle de Génova.
Sorpresas que da la vida en este exitoso culebrón político en el que se ha transformado España.
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