Pasó el 14N, y con él, la segunda huelga general convocada desde que Mariano Rajoy preside el Gobierno de España. Y la jornada, más allá de las ya clásicas -e imposibles de resolver- discusiones sobre porcentajes de seguimiento, o sobre lecturas más o menos enrevesadas de la caída del consumo energético en relación a días de trabajo «normales», deja en el aire casi tantos interrogantes como la que le antecedió, allá por finales de marzo de este año. Veamos.
– Desde el Gobierno, la patronal y sus portavoces más fanáticos en los medios (en ese sentido merece un capítulo aparte Hermann Terstch, columnista de Telemadrid,
que ante la falta de actividad prevista en el canal dejó grabado su balance la noche previa al día de protesta. Como visionario tal vez tenga futuro, como periodista es una vergüenza para la profesión) consideran que la huelga fracasó. ¿Tienen razón?
NO. La huelga tuvo un seguimiento desigual, muy semejante a la de marzo, pero movilizó a amplios sectores de la población. Fue masiva en la industria, efectiva en el transporte y muy secundada en parte de la comunidad educativa (segundo y tercer nivel). Y las manifestaciones fueron más numerosas que las de marzo y ocuparon casi todo el día, desde la medianoche del martes a la noche del miércoles. Fue una jornada de clara protesta, demostrativa de un descontento notable que un Gobierno que deseara gobernar para todos los habitantes de un país no debería pasar por alto. No parece que sea el caso del Ejecutivo del PP.
– Los sindicatos mayoritarios cerraron el acto más numeroso, en Madrid, diciendo, como era de esperar, que la huelga fue un éxito. ¿Tienen razón?
NO. Cualquiera que haya vivido la huelga del 14 de diciembre del 88, contra la reforma laboral de Felipe González tiene que guardar en la retina qué es una huelga exitosa, una protesta que realmente paralice la actividad de un país. No fue el caso de hoy. El comercio sigue sin responder. No lo hacen las grandes superficies ni las cadenas de tiendas franquiciadas, pero tampoco el pequeño comercio, ni en el centro de las ciudades ni en los barrios. Como mucho, los dueños bajan las persianas cuando se acerca algún piquete para volver a subirlas una vez que se despejó la calle. Los bares y restaurantes han estado abiertos en su amplísima mayoría, y el cumplimiento de servicios mínimos en el transporte permitió que los trabajadores de estos comercios acudieran a sus puestos, más allá de demorarse un poco más en los traslados. Pero no es esto lo que marca la falta de éxito, sino el hecho de que todas estas tiendas abiertas tuvieran clientes. La huelga de consumo, la que promovía no comprar, no viajar en metro o autobús, no tomarse cañas ni cafés, sí que fracasó sin remilgos. Quien se diera vuelta al caer la tarde por Madrid no distinguiría la actividad en el interior de los Starbucks, Vips, bares diversos, tiendas de teléfonos móviles o de ropa respecto a un día sin huelga.
Lo cual demuestra, por un lado, que la cultura sindical es mínima, porque se remite como mucho a no trabajar, pero no incluye los otros parámetros que implican una protesta activa. Y por otro, que el compromiso con un cambio profundo en nuestro sistema de vida se encuentra a años luz de la actual realidad. La sociedad española de 2012 es homo consumista por encima de cualquier otra cosa, y no hay día de huelga que la detenga.
– Entonces llega la tercera pregunta, la clave: ¿sirvió para algo este 14N?
Depende. Toda protesta de un sector amplio de la población merece ser escuchada. En ese sentido, la huelga volvió a dejar patente que no existe, ni mucho menos, un alineamiento unánime detrás de las teorías y las prácticas que este Gobierno, por otra parte, no piensa modificar, ya sea por convencimiento absoluto en lo que está haciendo o por falta de voluntad para desviarse de la ruta que le marcan desde Bruselas y Berlín. Como anticipó esta mañana Luis de Guindos, ministro de Economía: «no hay otro camino». Solo por esto, la huelga sirve. Pero como desde Moncloa no hay intención de cambio ni se puede esperar nada, entonces que el 14N tenga alguna consecuencia dependerá de la capacidad social para mantener la lucha, de la continuidad de las acciones, de la credibilidad para sumar más y más voluntades a la pelea en la calle y en los puestos de trabajo, para sacudir más conciencias y rescatarlas del letargo.
Porque el 14N, como cualquier medida de presión que se emprenda, no vale para nada si se efectúa de manera aislada, si no es un eslabón más dentro de una larga cadena de acciones. Después de la huelga anterior, los sindicatos mayoritarios prometieron mantener encendida la llama de la protesta. No cumplieron. Ahora tienen una nueva oportunidad de hacerlo. De ellos, pero sobre todo del despertar generalizado de una sociedad que en buena medida continúa su siesta consumista, dependerá la valoración definitiva de una jornada que, en sí misma, dejó la cosa en un simple, discutido y, hasta cierto punto, aburrido empate.