Wert y su españolización han logrado que ERC olvide los recortes y se una a CiU para gobernar Cataluña. Stop. Gallardón y sus leyes han conseguido que jueces y abogados se unan para denunciar el martillazo contra la Justicia. Stop. El Plan de Sostenibilidad de la Sanidad Pública ha unido a todo el personal sanitario de Madrid. Stop. Al final, Rajoy pasará a la historia como el Presidente de la unidad. Stop. Menos mal que Llamazares y Cayo Lara andan a la greña en IU. Seguro que lo hacen por fastidiar al PP…
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El Editorial del Domingo: Los límites de la calle
Doblado el codo de noviembre, de las elecciones catalanas que han dado origen a las lecturas más variadas, de un rescate financiero que sigue en estado de “ni”, y de tantos otros ítems que están a mitad de camino, el hermético Mariano Rajoy y la curiosa Armada Brancaleone que le acompaña encaran la recta final del año con la frente alta y el pecho erguido, “crecidos como tu toro”, según las palabras del ministro José Ignacio Wert.
No será, sin dudas, por la cuadratura de los números, porque tras un año de Gobierno prácticamente ninguno cierra. El indicado por ellos mismos como más importante, aquel que marcará el déficit fiscal del año y que se prometió a Bruselas cumplir por encima de cualquier otra cosa, ya se sabe que será rebasado (aunque sin dudas, en términos sociales, tiene más trascendencia el índice de paro, cuya subida no tiene freno). Los más optimistas hablan de un 7% que permitiría salvar la cara. Pero con el antecedente de 2011 a las espaldas, ese optimismo parece infundado.
Las cifras del año pasado siguieron creciendo hasta octubre de 2012, a medida que se revisaban las cuentas en las Comunidades Autónomas, y más allá de los recortes o de las presiones y amenazas de Cristóbal Montoro, la realidad es que nada ha cambiado de manera sustancial. Ni las mastodónticas estructuras de los 17 fragmentos en que está dividida España, ni sus vicios, ni sus dinámicas. Más aun, cinco de ellos han celebrado elecciones este año, con lo que ello significa en gastos extras y falta de definición de una política económica concreta. Allá por mediados de 2013, cuando se conozcan con mayor certeza los números de las CC.AA. sabremos si los dramáticos tijeretazos pegados a la educación, la cultura, la investigación, los servicios sociales, las pensiones o la cultura sirvieron para reducir en algo más de dos puntos un déficit disparado. Y si la respuesta es negativa, como muchos expertos auguran, el Gobierno tendrá que sumar a su larga lista de promesas incumplidas lo dicho esta semana sobre no aplicar nuevos recortes el año próximo, con el subsidio de desempleo en el centro de la primera diana.
Porque para colmo de males, si el gasto se contuvo solo a duras penas, tampoco ha habido cambios sustanciales en el capítulo de los ingresos. La amnistía fiscal dejó un resultado prácticamente insignificante, el aumento del IVA casi tuvo más efectos en la inflación que en la recaudación, consecuencia de una economía deprimida y con el consumo por los suelos (peor aun, lo que se gana por un lado se pierde por otro, ya que las Administraciones han visto aumentado sus gastos a proveedores y contratistas), y en el horizonte no se avistan ni un solo pronóstico favorable ni una sola medida que permita llenar las arcas del Estado de manera rápida y consistente. Es decir, que salvo que alguien oficie el milagro de encontrar un mar de petróleo bajo la Península todo seguirá por los mismos carriles… rumbo al precipicio.
Llegados a este punto cabe preguntarse las razones de este final de año más o menos plácido para los habitantes de Moncloa. Muy simple, porque enfrente no hay más respuesta que la calle, y la calle ya ha demostrado que, por ahora, tiene unos límites muy marcados y muy lejanos de la posibilidad de incomodar seriamente al Gobierno. Esta ausencia de oposición real ha logrado, además, mejorar la imagen de Rajoy en Europa. No por su brillantez, sino porque en Berlín, Bruselas y alrededores saben que hoy por hoy no existe por estas tierras otro interlocutor válido que no sea el barbado Presidente, a quien incluso pudo haber ayudado el desafío soberanista catalán: si algo seguramente no quieren en el seno de la UE es verse implicados en el proceso separatista de una región de un país que es socio preferente. Y si Rajoy es la garantía de que ese proceso no avance, el apoyo está implícito.
Así, las réplicas al avance incontenible del Gobierno sobre las conquistas sociales obtenidas durante décadas solo proceden de los ámbitos sindicales o de movimientos de base, y se expresan en las calles del invierno español. No hay día sin manifestaciones ni semana sin huelgas. La Sanidad en Madrid y Andalucía, los trabajadores de Iberia o de Paradores, los jueces, los que recogen basuras en Jerez, la plantilla de Telemadrid, los discapacitados a quienes afecta directamente los recortes a la Ley de Dependencia… Todos tienen algo de qué quejarse, y lo hacen. Pero queda claro que no alcanza, porque nadie está dispuesto a escuchar en el interior de los despachos.
Los Gobiernos, el central o los autonómicos, se escudan en la mayoría silenciosa que se queda en casa, en la fuerza de unos votos que otorgan mayorías absolutas irreales pero que según el sistema vigente no se pueden cuestionar, o en el más sencillo: “no se puede hacer otra cosa”, para responder con un unánime no sabe/no contesta al clamor que sube desde las gélidas aceras. Con la única excepción, si cabe, de la parcial reconsideración del futuro del madrileño Hospital de la Princesa.
Y si las manifestaciones se endurecen, apelan a la represión para apagar cualquier atisbo de crecimiento.
- Felipe Puig
Además, con total impunidad, tal como demuestra lo ocurrido en Cataluña, tanto con la absolución de varios Mossos d’Esquadra condenados, como con la no dimisión de Felipe Puig, el consejero de Interior de la Generalitat, después de quedar demostrado que mintió en su declaración ante el Parlament. (Por cierto, resulta muy llamativa la dispar reacción de los catalanes, en general, respecto a este tema y a la cuestión lingüística. Si un “toro bravo” les desafía en el capítulo de la educación en castellano ponen el grito en el cielo; si el número dos de la Generalitat miente de forma descarada y eso pone en peligro su propia integridad, no pasa nada. En eso, y que nadie se ofenda, parecen más españoles que nadie).
El siguiente reto de la calle será, aparentemente, el jueves 20. Para ese día está prevista la aprobación de los presupuestos de 2013, y la Coordinadora 25S –constituida ya en relevo del 15M en el carácter movilizador por fuera de sindicatos y partidos- está preparando una nueva llamada a rodear el Congreso. Será otro pulso más, pero el resultado es sencillo de prever. Habrá mucha gente, muchos gritos e incidentes y detenidos cuando llegue la noche. Pero en el fondo, todo seguirá igual.
Porque todavía queda un largo trecho de tobogán por bajar para que la mayoría deje de ser silenciosa. Para que convierta las calles en una manifestación permanente –Egipto es un buen ejemplo-, única manera de que los gritos lleguen a los despachos y se transformen en oposición efectiva. Para superar un límite que hoy por hoy solo provoca decepción, impotencia, frío y estados gripales.
La Portada del Día: Un problema para cada solución
Revisar a diario las portadas de los periódicos españoles es una tarea sumamente instructiva para apreciar la profundidad del desconocimiento existente entre quienes viven en diferentes puntos de nuestra geografía. Pero también para descubrir las rivalidades y los enconos. En definitiva, para comprender algo más la diversidad de este país.
Hoy, por ejemplo, uno de esos raros días donde se hace difícil elegir una única portada porque hay unas cuantas interesantes, ocurre exactamente esto. Las primeras páginas ayudan a entender algo más las causas del éxito de Bildu en el País Vasco, cuando uno se entera que sus votos lograron frenar las compras de iPads para los diputados autonómicos (noticia del Gara, claro). O por qué no cierran las cuentas autonómicas, al leer que el aumento del IVA incrementa tanto los gastos que se come el alza de la recaudación (lo cuenta La Tribuna de Toledo).
Pero sobre todo, se ve claro cómo hay quienes encuentran un problema para cada solución. Para eso, casi nadie mejor que el ministro Wert, cuya decisión de forzar por ley la enseñanza en castellano en todo el Estado ha recibido tratamientos muy diferentes en Madrid o Cataluña, como era de esperar y enseña Ara.cat, en un momento «ideal» para alentar el cabreo entre Moncloa y las comunidades más soberanistas.
Sin embargo, he preferido quedarme con La Verdad de Cartagena, que en su apertura suma la -para mí- ridícula moda de montar pistas de hielo en cualquier lado, como si toda ciudad o pueblo fuera Nueva York, al estímulo en el titular principal de su histórica rivalidad con Murcia.
Lo dicho, buscar un problema allí donde hay una solución. ¡Qué país…!