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La Viñeta del Día: Don Silvio
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El Tribunal Superior de Madrid obliga a pagar parte de la paga extra que el Gobierno le quitó a sus funcionarios. Stop. El euro por receta es echado abajo por la Justicia en Cataluña y declarado inconstitucional en Madrid. Stop. El Tribunal Superior de Justicia de Castilla-La Mancha paraliza el cierre nocturno de urgencias en la Comunidad. Stop. Por incompetencia o apresuramiento de los políticos, sus decisiones han pasado a estar en manos de los jueces. Stop. Los políticos, mal o bien, son elegidos por el pueblo. Stop. Los jueces, no. La pregunta es, ¿alguien sabe en manos de quiénes estamos?
En 1985, el director de cine Terry Gilliam estrenó una película controvertida y extraña llamada Brazil. El film, que con los años se convertiría en una de esas obras llamadas “de culto”, trata de manera más o menos grotesca la ficción de un futuro con un megagobierno, centralizado y apoyado en un Ministerio de Información con poderes absolutos, cuyo único empeño es la producción ilimitada, sin que le importe en lo más mínimo temas como el cuidado del medio ambiente o los derechos sociales. Es decir, la misma línea argumental del anterior 1984 de Orwell, o la posterior saga de Matrix.
El recuerdo viene a cuento por una de las primeras imágenes de aquella película. El protagonista viaja en su coche por una autopista a cuyos márgenes se observan campos verdes, impecablemente sembrados, que conforman un paisaje bucólico… hasta que la cámara va ganando altura y descubre que en realidad se trata de paneles pintados y vallas publicitarias que ocultan los polígonos industriales y las fábricas contaminadas que abarrotan un territorio calcinado.
Más de una vez, en este 2012 que se acaba, ese primer fotograma de Brazil retumbó en mi memoria. Con cada nuevo caso de corrupción, con cada derecho social que se perdía, con cada recorte o reforma, con cada cifra del paro, imaginaba que la España que aprendimos a conocer y valorar durante las últimas décadas no era más que un decorado que se iba desprendiendo a trozos para dejar a la intemperie toda la podredumbre y la chapucería que los años de juerga económica habían disimulado.
En realidad, es algo que viene ocurriendo desde finales de 2008, cuando la crisis aterrizó en cualquiera de los infinitos aeropuertos construidos sin mucho sentido en este país, y la burbuja comenzó a estallar en mil pedazos. Pero este año que se va ha multiplicado los destrozos en una cantidad y a una velocidad inauditas, con un agravante no menor: lo ha hecho con la suicida impunidad que la propia ciudadanía otorgó a sus mandatarios, al brindar la mayoría absoluta a un partido político. Y en este caso, no importa que haya sido al PP. Nada o muy poco habría cambiado si la misma mayoría la tuviera el PSOE. El rodillo parlamentario, el ordeno y mando sin discusión posible, la arbitrariedad y el gobierno por decreto son las peores recetas posibles en unos tiempos donde serían necesarios más diálogos y consensos que nunca para capear el temporal entre todos y disminuir los perjuicios.
En 2012 se dejaron ver con mucha más virulencia que en años precedentes las consecuencias de las nefastas políticas llevadas a cabo por los Ejecutivos de Zapatero y Rajoy, y que podrían resumirse en una sola: promover, ya sea de manera directa o indirecta, una gigantesca transferencia de capitales desde los bolsillos y las cuentas corrientes de la mayoría de la población hacia los fondos de reserva del sector financiero, para equilibrar unos balances marcados por los gruesos números rojos que dejaron los años del “todo vale”. Y de paso, sentar las bases de un modelo cada día más centralizado en lo político y cada día más elitista en lo económico. Es decir, cada día menos democrático y más alejado de los pueblos.
El año que se iba a acabar el mundo ha marcado en España el principio del fin del mejor sistema de sanidad pública de Europa –si tomamos en cuenta los parámetros de coste y eficiencia, algo así como calidad/precio-; ha liquidado, a partir de un aumento indiscriminado de tasas, la idea –que en realidad nunca existió- de una justicia igualitaria; ha destruido las bases de las relaciones de trabajo al licuar el contenido de los convenios laborales; ha reducido a mínimos irrisorios el desarrollo de la investigación, la innovación, la ciencia o la cultura, vitales para imaginar un futuro próspero e independiente; ha roto con la creencia de que los pensionistas eran poco menos que intocables; ha convertido en trend topic palabras como desahucios, paro o emigración juvenil… Es verdad, no se acabado “el” mundo, pero sí, indudablemente, “un” mundo, más o menos justo, más o menos equilibrado y más o menos homogéneo, que había convertido a este país en un lugar donde dentro de lo que cabe daba gusto vivir.
Ahora ya no es así. El aire, como en la película de Gilliam, se ha tornado irrespirable, y no hay decorado que pueda ocultarlo. Se mire por donde se mire, aparecen los colmillos afilados de los perros guardianes, dispuestos a exterminar cualquier amago de rebelión contra la apisonadora que en un abrir y cerrar de ojos se está llevando por delante la quimera de una democracia que responda a los intereses de la mayoría y respete el pensamiento de las minorías. Son perros que están en las poltronas del poder y en los medios de comunicación, que ordenan disparar balas de goma –no pasará demasiado tiempo para que sean balas de pólvora, de las que matan de verdad-, que nos intentan convencer de que no hay otros remedios posibles, que nos enseñan la estafa, a veces impúdicamente, otras disfrazada de eufemismos y adornadas con siglas “importantes”, como UE, FMI, BCE o semejantes.
El episodio de este último mes, con la lucha del personal sanitario de Madrid en defensa de la Sanidad Pública y su nulo resultado práctico, es una buena metáfora del 2012. Las calles tomadas por las protestas, los miles y miles de firmas pidiendo discutir el tema de manera seria y profunda, los planes alternativos presentados, no despeinaron ni uno solo de los engominados cabellos de quienes tienen el poder de decidir.
Son las imágenes que quedan de este año que se marcha: la impotencia de quienes ven perder su bienestar a jirones, la brutalidad creciente de la represión, la absoluta indolencia del Poder.
Lo grave es que, para nuestra desgracia, no son más que el anticipo de las imágenes que veremos en 2013 y años subsiguientes. El nuevo año arranca con perspectivas de recesión en Estados Unidos, de caída del crecimiento –como mínimo- en Europa, de profundización de la depresión en España… pero sobre todo sin ningún atisbo de cambio de rumbo. Valga como muestra la determinación del Consejo Constitucional francés, tumbando un tímido intento de justicia fiscal del presidente Hollande.
Llegados a este punto caben dos alternativas: la rebelión, cada vez más imaginativa, más audaz y más a fondo, o la resignación. Hasta ahora, en España y en buena parte del mundo, la segunda opción gana por goleada. Solo queda esperar que con la profundización de la crisis, la primera vaya ampliando su espacio, quitándose los miedos y emparejando el resultado. Es eso o Brazil. Pero no el de Lula y Dilma, sino el de Terry Gilliam, y ya sin decorado que pueda ocultarlo.
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