
«Los de abajo es que lo quieren todo», dijo la señora mientras intentaba huir del calor al borde de la piscina. Rondando los 60 años, la señora lleva en el paro desde que la echaron por padecer una enfermedad crónica, el mismo paro al que ha sido condenado su único hijo, quien ya no sabe dónde buscar empleo.
Cabría preguntarse qué comprende ese «todo» que asegura pretenden «los de abajo». Pero para empezar me resulta más llamativo detenerme a mirar dónde se ubica ella en la escala social. Evidentemente, en algún peldaño superior. Y no es la única a la que le ocurre lo mismo. De hecho, es un mal muy extendido, o mejor dicho, una enfermedad muy bien difundida. De los muchos engaños padecidos por la amplia mayoría de la sociedad española, ese, el de creer que pertenece a una clase media acomodada, es sin duda uno de los más dañinos. Porque hace que se perciba el mundo desde un prisma equivocado.
El (muy positivo) acceso masivo a la educación y a ciertos parámetros de confort y bienestar nos han hecho saltar de clase en lo cultural, lo laboral e incluso en lo social. Pero en lo económico no funciona así. En lo económico, si tu bienestar sigue dependiendo de tu trabajo y de los ingresos que seas capaz de obtener mes a mes, sigues siendo clase trabajadora. Más o menos privilegiada, según sea tu salario, pero trabajadora. Como el agricultor, el minero, el obrero de la construcción, el camarero o el recolector de residuos.
Es así, mal que nos pese. No suena tan bonito como eso de «ser de clase media» y además no nos permite sentirnos superiores creyendo que hay alguien abajo «que lo quiere todo». Pero es la realidad, y más nos hubiera convenido tenerla siempre presente. Porque hablamos de una realidad compleja, que nos ha robado aquello que se llamaba conciencia de clase, es decir, la seguridad de pertenecer a un grupo social claramente identificado que sabía por qué, para qué y contra quién luchar. Esa seguridad hoy no existe en la amplia mayoría de los casos. Y la lucha queda a expensas de la clase de conciencia que tenga cada uno, que suena parecido a aquello que tenían nuestros ancestros, pero para nada es lo mismo.
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