Francisco I, es decir, Jorge Mario Bergoglio, lleva demasiado poco tiempo como para emitir juicios contundentes sobre su labor como Papa. Stop. Le quedan muchos temas por pronunciarse y muchas conductas que cambiar o erradicar en la institución que representa (igualdad de género, homosexualidad, anticoncepción, delitos internos…). Stop. Pero hoy en Brasil, y desde su puesto en lo más alto del Vaticano, pidió la laicidad del Estado. Stop. Es decir, la separación clara entre política y religión, algo que no ocurre en infinidad de países del mundo: cristianos, musulmanes y uno judío. Stop. Más aun, abogó por una convivencia pacífica entre religiones. Stop. Es impensable siquiera imaginar a cualquiera de sus predecesores diciendo algo así; alentando desde lo más alto de la Iglesia su propia pérdida de poder y de influencia. Que hubiera, por fin, una mirada progresista de -al menos- un aspecto de la realidad. Fui personalmente duro y suspicaz cuando el obispo argentino fue nombrado líder de los católicos. Stop. Pero en este punto, para el que no caben ni interpretaciones ni dobles lecturas, no puedo menos que reconocer su acierto y su osadía. Ojalá que los destinatarios -y no solo los católicos- escuchen el mensaje.