La justicia social y la espalda del Estado

Niños en su nueva casa en el centro de Madrid

Niños en su nueva casa en el centro de Madrid

Hoy es un buen día. Gris, ventoso y algo fresco en Madrid, pero un buen día. ¿Por qué? Porque la Obra Social Leonas, compuesta por mujeres integradas en la Plataforma de Afectados por la Hipoteca (PAH) han recuperado un nuevo bloque de viviendas en el barrio de Malasaña. Allí se instalarán a partir de este mediodía, en una casa nueva que ellas han acondicionado para poder vivir dignamente bajo un techo junto a sus hijos y sus mayores.

En este comunicado, la Asamblea de Vivienda Centro explica perfectamente las razones que conducen a tomar esta decisión, una más en ese sentido de las muchas que se van repitiendo por todo el Estado, como respuesta a una política injusta, que margina y castiga a los ciudadanos a costa de salvar bancos y defender banqueros.

Solo para agregar algún otro dato, cabe decir que en los últimos tres años España se ha gastado más de 43.000 millones de euros en rescatar bancos y cajas endeudados hasta las cejas por su participación en negocios de riesgo, inversiones de dudosa rentabilidad y fraudes y corrupciones varias. Contando los intereses, los ciudadanos han debido contribuir con 55.000 millones para pagar semejante despropósito.

Pah Madrid 2Pues bien, uno de los resultados del proceso es que infinidad de promociones inmobiliarias, muchas terminadas y otras todavía en construcción, pasaron a poder del Sareb, el «banco malo» que se hizo cargo de los «activos tóxicos» de esos bancos y cajas para equilibrar sus balances y salvarlos de la quiebra. ¿Y qué pasa? Que ahí están, muertos de risa. Libres, vacíos, sin uso ni destino, y en muchos casos, sus «dueños» ni siquiera pagan las cuotas de las comunidades de vecinos o derramas ocasionando daños y perjuicios al resto de los vecinos del inmueble.

Esos son los edificios y pisos que se recuperan, que vuelven a la comunidad para cumplir su función de albergar a la gente. ¿A espaldas del Estado? Puede ser. Pero no hay dudas de que fue el Estado el primero que dio la espalda a su gente.

 

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El Editorial: Descarrilados. España frente al espejo

Foto: Reuters

Foto: Reuters

Una vez más, el destino ha actuado como metáfora. Las tragedias ocurren. Son parte de la vida y lo han sido siempre. Solo naturales en tiempos pre-tecnológicos, y como consecuencia de la inevitable suma de fallos humanos y desperfectos técnicos a medida que la sofisticación de los medios de transporte fue en aumento. Pasa en España y en casi cualquier país del mundo, desde Suiza a Nigeria, pasando por donde cada uno elija.

Pero lo que llama la atención de lo ocurrido la noche del miércoles en Santiago de Compostela es su capacidad para amoldarse casi a la perfección al devenir de España en este siglo XXI. El Alvia que encaró a una velocidad mayor de la debida la curva de Angrois, sin un sistema de seguridad suficientemente fiable y con un maquinista que, aunque todavía no sepamos porqué, se vio superado por lo que ocurría, se convierte así en una parábola, que si por ahora no alcanza la perfección absoluta es por el hecho de que sí conocemos las causas por las que los diferentes conductores que ha tenido este país no atinaron a activar los frenos y las alarmas cuando todavía había tiempo y espacio suficiente para hacerlo.

Lo cierto es que durante dos décadas y media España apretó el acelerador de su marcha sin mirar el cuadro de mandos, sin prestar atención a las señales, sin hacer caso a la información que llegaba desde las balizas externas. Y no. Que no se malinterprete esta afirmación. No se trata de refrendar aquello de que “hemos vivido por encima de nuestras posibilidades”, porque no va referida al español medio, a quien no hicieron más que animarle a que se subiera a la ola de optimismo general y se endeudase confiando en que la velocidad alcanzada era la normal, y que los mecanismos de control estaban tan bien aceitados que nada podía fallar.

El vértigo que se apoderó de España, y del que todos los dirigentes del país, sin distinción de credos ni banderas, se ufanaban aunque no lo publicaran en Facebook -como dicen que hizo el desdichado maquinista del Alvia a quien quieren cargar con la única responsabilidad de las 79 víctimas mortales de Santiago-, se llaman aeropuertos inútiles, autopistas deficitarias, Copas Américas y GP de Fórmula 1, toneladas de ladrillo acumulada sin criterio, y también, curiosa y trágicamente, kilómetros y kilómetros de vías férreas de alta velocidad no siempre justificadas.

La noche del miércoles en la curva de Angrois, aquello que padecemos cada día desde hace un lustro, se convirtió en fotos, vídeos, dolor y muerte. Pudo haber ocurrido una tragedia de cualquier otro tipo. De hecho, ya las hubo, como la caída del avión de Spanair en Barajas hace algunos años, o en el mismo sentido que lo sucedido en Santiago, el nunca aclarado accidente en el Metro de Valencia en 2006. Pero el destino quiso poner a este país frente al espejo.

España ha descarrilado. Sus sistemas de seguridad no existen –ayer mismo confirmamos la sospecha de que los 36.900 millones de euros empleados en rescatar a la banca no se recuperarán jamás, y lo que es peor, que todavía habrá que pagar una cantidad semejante-; los maquinistas o no saben controlar los mandos, o incluso peor, los activan premeditadamente en sentido contrario al que deberían; y los pasajeros no nos atrevemos a asaltar la cabina para enderezar el rumbo.

Además de esclarecer las causas que lo provocaron, y más allá de los grados de responsabilidad de unos y otros, el accidente de Santiago debería provocar una reflexión muy profunda. Porque no solo es una tragedia, también es un aviso. Hemos descarrilado y no podemos seguir en esta vía. No deberíamos quedarnos quietos, petrificados frente al espejo…