Barras bravas, la planta carnívora que todo lo destruye*

Hace algunos meses, el reportaje Barras Bravas, elaborado por el periodista Jon Sistiaga y emitido por Canal + sacó a la luz en España un fenómeno triste, peligroso y contaminante para cualquier sociedad, nacido en las entrañas del fútbol argentino y esparcido cual bomba de racimo por buena parte de Latinoamérica.

Uno de los protagonistas de ese programa, Richard Pavone, fornido individuo que se autoproclamaba líder de la barra brava de San Telmo, un club del equivalente a la Segunda B española, y disparaba tiros al aire con absoluta impunidad en medio de la calle una tarde cualquiera, acaba de ser detenido por la policía.

Richard Pavone

¿Qué ocurrió? ¿Algún hecho delictivo durante un partido del equipo del que supuestamente es capo de la hinchada? No. Anoche, el partido de Primera División entre Independiente y Belgrano debió ser suspendido antes de iniciarse el segundo tiempo, porque cuando Juan Carlos Olave, arquero de Belgrano, fue a ocupar su sitio frente a la grada donde se ubican los más radicales «hinchas» de los Rojos de Avellaneda, una bomba de estruendo (petardo de gran potencia) cayó a un metro de su humanidad, y varias más le sucedieron. El árbitro optó por no continuar el encuentro.

Javier Cantero, presidente de Independiente desde diciembre pasado, y único dirigente del fútbol argentino embarcado en una pelea desigual y casi quijotesca contra la barra argentina que más poder ha acumulado en los últimos años (su líder, Bebote, encabezó una operación monitoreada desde las cercanías del Gobierno nacional para llevar hinchas al Mundial de Sudáfrica 2010), pidió «presos» por lo ocurrido.

Y esta tarde, la Policía, que había sido avisada desde el propio club de que algo podía suceder anoche pero no hizo nada para prevenir la violencia, actuó contra Pavone, trabajador de la Municipalidad (Ayuntamiento) de Avellaneda, e hincha «doble» de San Telmo e Independiente. Pavone, aseguran, controlaba con un handy desde fuera del estadio el accionar de los portadores de las bombas. En su charla con Jon Sistiaga, Pavone explicaba exactamente cuál era el modus operandi «para obligar a suspender un partido y boicotear a los dirigentes de un club». Que fue exactamente lo que ocurrió durante el Independiente-Belgrano.

Las barras bravas son una lacra ya añeja en la Argentina. Sostenidas desde las cúpulas dirigenciales de los clubes y con profundas infiltraciones en la Policía, los Ayuntamientos y los ámbitos políticos en general, son una fuente de negocios para sus componentes y, sobre todo, de poder para quienes las integran y quienes las «bancan», dotándolas de fondos económicos, trabajos bien remunerados e impunidad policial y judicial.

Lo curioso del caso es que su crecimiento dentro de la estructura de un club suele llevar aparejado el desastre interno de la institución. Su presencia contamina e infecta cada célula de la entidad, en lo social, lo económico y lo deportivo. Pero una y otra vez, directivos que quieren controlar a la oposición u opositores que quieren acceder al poder recurren a «los barras» como órganos de difusión o de protección, y de esta manera se convierten en sus rehenes. La consecuencia de su accionar es casi lineal: a mayor poder de los violentos, mayor caos institucional. El paso siguiente es el descenso de categoría, algo más notable en los clubes «grandes», donde el pastel a repartir es más suculento; las peleas, más feroces y las caídas, más violentas.

Ya tenía una barra brava agresiva y peligrosa Racing cuando cayó a Segunda en 1983; la tiene Rosario Central, que lleva tres años en esa categoría; y también Huracán y Nueva Chicago, clubes más barriales pero de honda tradición y seguimiento masivo, que penan en medio de quiebras judiciales y falta de dinero, producto de pésimas gestiones. En todos los casos, las estrechas relaciones entre barras bravas y dirigentes corruptos profundizaron la caída, ya que la sola percepción de que estos individuos dominan un club echa a los socios e hinchas normales, espanta a jugadores y entrenadores, aleja a los patrocinadores y, en definitiva, vacía las arcas.

Aunque ninguna situación generó más estruendo que la vivida por River Plate, uno de los dos clubes más grandes del país, descendido hace dos temporadas, después de fomentar un vínculo exageradamente íntimo entre los capos de Los Borrachos del Tablón y la anterior directiva del club.

Independiente, uno de los dos únicos equipos argentinos que jamás descendieron a Segunda (el otro es Boca Juniors), es el siguiente. Sus pasos son casi calcados a los de River. Durante años, sucesivas dirigencias cultivaron con mimo la planta carnívora de los barras bravas y ahora no sabe cómo arrancarla.

Javier Cantero, presidente de Independiente

La única diferencia con respecto a River y demás clubes, la última tabla de salvación se llama Javier Cantero, el Quijote dispuesto a rescatar a su club, y a casi de todo el fútbol argentino, de una descomposición que lleva años de desarrollo.

Ojalá llegue a tiempo, pero su tarea no es sencilla. Delante no tiene molinos gigantes, sino asesinos como Richard Pavone, y toda una estructura mafiosa que lo ampara.

* Escribo esto como futbolero, como argentino y como apenado y dolido hincha de Independiente. Me encantaría, dentro de un tiempo, contar cómo Cantero logró expulsar a la barra brava y reconstruir un club económicamente en quiebra. Y no me importa en lo más mínimo si en ese proceso, y en aras de un futuro más sano, hay que pasar por la Segunda División. Me encantaría ser optimista. Pero la verdad, no puedo…

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Crónicas sudamericanas: Toque de queda en Sao Paulo

VIOLENCIA NÃO TEM FIN
Estado de guerra virtual entre la Policía y el PCC, principal grupo paulista del crimen organizado

En las últimas semanas, la ciudad de São Paulo vive un virtual toque de queda. Nadie lo ha declarado, pero cuando cae el día las calles de la mayor megalópolis brasileña (20 millones de habitantes) se vacían hasta parecer desérticas. Y esta vez no es porque estén emitiendo un culebrón exitoso o se estén disputando las finales de algún campeonato de fútbol. La decisión de los paulistas de refugiarse en sus casas es por seguridad, porque con la noche comienza lo que ya es una guerra no declarada entre el Primer Comando de la Capital (PCC), el mayor grupo paulista del crimen organizado, y la Policía del Estado.

Mientras buena parte de los brasileños se preocupan por saber cómo hará su Selección Nacional para ganar el próximo Mundial de fútbol de 2014, que lo tiene como país organizador, el Gobierno enfrenta un desafío más acuciante y más grave: frenar la espiral de violencia en la ciudad que será sede del partido inaugural dentro de poco más de un año y medio.

El PCC ordenó hace un tiempo a sus seguidores matar a un policía por cada capo narco que caiga preso; y a dos, en el caso de que este muera en el momento de su detención. Las autoridades no tienen una idea cierta de cuántos seguidores tiene el PCC –se dice que entre 1.500 y 20.000-,  pero de lo que sí tienen idea y realidad es de que no dejan de actuar. En lo que va de 2012, los policías asesinados ya alcanzan el centenar (un 57% más que en 2011), a los que se debe sumar más de 50 civiles.

Las acciones se gestionan desde la cárcel, activando al agresor desde un teléfono móvil, y los ejecutantes suelen ser delincuentes que están en deuda con alguno de estos capos. No es de extrañar, porque el Primer Comando de la Capital fue fundado en un presidio, la Casa Custodia de Taubate, en agosto de 1993. Su creación tuvo como fin luchar contra la opresión dentro del sistema penitenciario tras la matanza de 111 presos ocurrida en la cárcel de Carandirú el 2 de octubre de 1992.

Hoy, el PCC supera en poder de fuego y capacidad de tráfico de drogas al Comando Vermelho, el grupo que controla la distribución de estupefacientes en Río de Janeiro. Se trata de una organización que funciona como una sociedad muy cerrada y con un estatuto muy riguroso. Cuando están presos, los socios deben pagar una cuota de 50 reales (40 euros) por mes, y cuando están en libertad la cifra asciende a 500 reales. La mensualidad es una especie de seguro del crimen, y con ese dinero se garantiza protección, contactos y hasta un eventual rescate de alguna prisión.

La guerra actual, que ha obligado al cambio de hábitos a la población paulista, tuvo un primer antecedente en 2006, cuando las autoridades dispusieron el traslado de Marcola (jefe indiscutido del PCC) y otros cabecillas a una cárcel de máxima seguridad en el interior del Estado. Como respuesta, el PCC lanzó 251 ataques con utilización de granadas, bombas molotov y armas largas, motivó la rebelión de presos en 73 cárceles y quemó 91 autobuses urbanos, 51 pertenecientes a la ciudad de São Paulo y el resto al ABC paulista, la principal región industrial de la periferia. El saldo de aquel primer gran enfrentamiento fue de 150 muertos.

Dilma Rousseff, presidenta de Brasil

La situación es en estos momentos tan grave que la Presidenta brasileña Dilma Rousseff y el gobernador de São Paulo, Geraldo Alckmin, se han reunido para coordinar un plan de contingencia, ya que se sospecha que el PCC esté dando asilo a jefes narcos del Comando Vermelho, expulsados de las favelas de Río de Janeiro. Rousseff ofreció enviar al ejército para apoyar a la Policía del Estado y trasladar a los principales cabecillas del PCC a cárceles federales de máxima seguridad, pero lo ocurrido en 2006 hace dudar sobre la eficacia de la medida.

La solución no será fácil de encontrar. A su lado, hasta que el Seleccionado brasileño se corone campeón del próximo Mundial de fútbol parece más sencillo…

Jorge Ricci

Manifas en España. ¿Capítulo II?

Anoche, al final de la multitudinaria manifestación en Madrid, dio la sensación de que algo cambiaba. La presencia de los bomberos frente a las vallas que rodean el Congreso empujó al resto de la gente a incrementar la presión, y durante algunos minutos alguien pudo pensar que su fuerza podía alcanzar para abrir el paso hacia las puertas de las Cortes. Por fin no sucedió nada de eso, ni siquiera estuvo cerca, pero quizás hayamos asistido al «momento bisagra» en el tono y los objetivos de estas concentraciones que comenzaron hace 14 meses, con la ya mítica marcha del 15 de Mayo de 2011.

¿A qué me refiero? Muy sencillo. El carácter «no violento» del que se invistió el Movimiento 15M desde el día de su creación derivó hasta ahora en una impecable lección de civismo. Uno, que nació y creció donde le tocó nacer y crecer, muchas veces en estos 14 meses se preguntó qué pasaría con esta larga riada de manifestaciones en cualquier país de Latinoamérica; cuánto hace que habría caído el primer muerto, ese cuyo nombre y apellido serviría para bautizar el propio Movimiento. Aquí no. Aquí todavía, y por suerte, nadie disparó la primera bala. En España, los escasos brotes de violencia ocurridos hasta la fecha se debieron más a las desproporcionadas cargas policiales que a la belicosidad de los manifestantes. Pueden dar fe los propietarios de todas las tiendas céntricas del país: no ha habido ni un cristal, ni un escaparate roto; no ha habido vandalismo ni saqueos, por más que algunos medios se hayan empeñado en buscar agujas en los pajares con tal de criminalizar lo que es un movimiento ejemplar en su forma de trasladar el malestar a las calles.

Pero toda moneda tiene su ceca. Y para mí, que crecí en otra «cultura manifestiva«, a las marchas que se gestaron a partir del 15M hasta ahora les ha sobrado fiesta y les ha faltado densidad, voltaje emocional, y aunque parezca curioso, incluso indignación. Parecía lógico mientras el objetivo era, simplemente, recuperar la calle. Empieza a ser menos comprensible si se las compara con la marcha imparable de las medidas que han venido tomando el anterior Gobierno del PSOE y el actual del PP. Lo cierto es que las manifas no infunden cabreo, como si sus participantes no acabaran de creérselo, o directamente no lo sintieran; como si se contentaran con tomar la calle sin plantearse muy a fondo para qué lo hacen. Y así, los que miran tomándose una caña en las aceras, los que se asoman a los balcones, los turistas que sacan fotos, lo hacen como quien ve pasar una scola do samba.

Sin dudas, esto ha ayudado a la falta de enfrentamientos y agresiones realmente serias, y es bueno que así haya sido. Pero quizás, y es solo una hipótesis, esta sea al mismo tiempo la razón por la que tampoco desde el Poder se las haya tomado demasiado en serio. Molestan, son una piedra en el zapato, pero no son lo suficientemente intensas como para impulsar una preocupación y a partir de ella algún cambio de rumbo.

Anoche, el grupo de manifestantes que con los bomberos a la cabeza amenazó con tirar abajo las vallas del Congreso de los Diputados, tal vez hayan sido la punta de lanza de un cambio de tono, el inicio de un capítulo diferente. ¡Ojo! ¡Aclaración importante! No se vislumbra en el futuro cercano -ni tampoco es deseable- arranque de violencia alguno. No hay kale borroka a la vista. Pero sí se palpa cierta voluntad de pasar del folclórico «Vamos de culo con este Gobierno» a un más contundente «Vamos a mandar a tomar por culo a este Gobierno».

Habrá que estar atentos. Los próximos meses prometen ser muy moviditos.