“HOY EXISTE UN SENTIMIENTO DE DERROTA.
NOS HAN QUITADO HASTA LAS PALABRAS”
Es tiempo de viajes, y entonces nada mejor que hablar con un experto. Vicente Romero, uno de los rostros más emblemáticos de TVE, lleva más de 40 años recorriendo el mundo, siempre con la cámara y el micrófono como armas y el mejor periodismo como bandera. Aunque de tanto visitar guerras y sitios en conflicto, también se ha convertido en un combatiente. Ya sea desde programas como Informe Semanal o En Portada; o desde su último proyecto, Buscamundos, su lucha por la justicia, la tolerancia y la igualdad ha corrido paralela a su afán por descubrir y darnos a conocer cada semana nuevos universos.
¿Los mundos hay que buscarlos o se pueden encontrar de manera espontánea? Siempre tienes una actitud previa, del mismo modo que entras en una tienda y buscas un determinado tipo de libro, o de música, o de película. Creo que las cosas hay que buscarlas, más allá de que dejes un espacio para encontrártelas, para lo imprevisto, que suele ser siempre lo más interesante.
Es decir, que para usted el viaje organizado… Creo que el infierno de cualquier viajero es el tema de la pulserita. Te la ponen en la entrada del hotel y sabes que tienes la comida y la entrada a la discoteca pagadas, entonces dejas de conocer los restaurantes –de lujo o populares- y la cocina tradicional del lugar, así como otra serie de sitios, y al final eres un cautivo. La industria de los viajes trata de hacer que la gente vaya por senderos trillados y no mire a los lados. Si te vas a ver los templos de Angkor, en Camboya, de la mano de una agencia ves los templos, pero si te vas con un guía local que te lleva en su moto, te contará cómo vive allí la gente, acabarás entrando en su casa, te darás cuenta que la gente te recibe, te acoge, te ofrece lo que tiene, y aprendes cosas de la vida, de la otredad, de conocer al que es completamente distinto a ti.
Pero eso no es tan sencillo de hacer. Desde ya. Hay que buscarlo, y requiere un esfuerzo y no tener miedo. Yo creo que el viajero tiene que llegar al sitio que ha escogido, echarse a la calle y hablar, porque son mucho más interesantes las historias que cuenta la gente, las comidas que te dan a probar, los sitios que te llevan a ver, que lo que te pueda contar el guía. Entre otras cosas, porque todo eso es muchísimo más auténtico y no está montado para los turistas por un departamento de marketing.
Las pulseritas, en ese caso, simbolizarían el miedo a salir de esos caminos trillados. Sí, hay mucha gente a la que le da miedo viajar. Pero lo que hay que preguntarse es si se puede viajar o salir de casa con miedo. Creo que tú puedes calibrar dónde te puedes meter y dónde no. El único sitio donde a mí me han robado es en la sucursal del banco donde tengo la cuenta, y sin embargo me han tratado muy bien, me han ofrecido una silla, me han llamado Don Vicente… Los ladrones conviven con nosotros, no hay que tenerles miedo.
Pero no me negará que existen lugares en el mundo que asustan bastante. Sin dudas, pero me parece que la gente en general confunde pobreza con delincuencia, y le da miedo meterse en las zonas más humildes pensando que allí es donde le pueden asaltar. Insisto que te roban en el restaurante de lujo, en los comercios más caros, a ti y a todos los que forman parte de la cadena de producción de lo que te venden. La gente más humilde suele ser la más auténtica, la más solidaria y la más generosa. A lo mejor, la culpa de la confusión es de los medios de comunicación.
Los medios, el periodismo en general, vuelven siempre al centro del discurso de Vicente Romero. Es su eje vital, el que marca su camino. Por eso, este hombre que lleva más de cuatro décadas contando lo que ocurre en el mundo parece un anfitrión ideal para viajar al interior de una profesión que no pasa por sus mejores tiempos.
A veces da la sensación de que el periodismo ha dejado de buscar y se maneja con noticias premoldeadas. Efectivamente, el periodismo no es lo que era. Nos han hecho creer que el gran desafío de nuestra profesión es el manejo de la última tecnología para poder entrar en directo desde donde sea. No. El gran desafío sigue siendo humano, sigue siendo ético, y toda esa tecnología te bloquea.
A ver. Deme un ejemplo, por favor. La televisión o el periódico donde trabajas te manda a un lugar de conflicto y aquí, en la redacción central, están recibiendo un montón de informaciones. Entonces te llaman y no te preguntan, “¿qué está pasando en Egipto, en la plaza donde están los manifestantes?”. Sino que te dicen: “hemos recibido unas imágenes de la plaza, sabemos que está pasando esto y aquello, lo estamos viendo en directo, la agencia Reuters nos ha mandado cómo apaleaban a una señora, cuenta cómo la apaleaban”. Y tú, que acabas de llegar, preguntas, “¿y cuántos la han apaleado?”. “Pues se ven unos diez policías”. Y acabas contando algo que no has visto ni te ha hecho falta ir a buscar, porque ya te lo han dado.
Dicho así, suena muy duro en términos de credibilidad. La realidad es que cada vez hay más enviados especiales que salen muy poquito del hotel. Siento hablar así de mis compañeros, pero creo que el viejo oficio de enviado especial o de corresponsal se está perdiendo. Porque por otro lado, desde Vietnam el sistema ha aprendido. Estados Unidos perdió aquella guerra en la retaguardia, precisamente porque se estaba viendo lo que hacían. Desde entonces, tenemos una enorme libertad de prensa, pero hay multitud de noticias que no salen o no se publican. Te doy ejemplos más o menos recientes. El aeropuerto de Seychelles estuvo varias horas cerrado porque se estrelló un dron, uno de esos aviones sin piloto que tiene Estados Unidos y que volvía de efectuar una operación de bombardeo en Somalia. No se publicó en ningún sitio. Una docena de monjes budistas se ha inmolado tratando de denunciar su situación en el Tíbet. No salió en ninguna parte. Human Rights Watch denunció hace un tiempo que hay 40.000 niños entre 6 y 14 años trabajando como esclavos en la extracción de oro en Malí. La prensa no ha dicho nada. Hay noticias que no salen y otras que se dan desde el punto de vista que te imponen al autorizarte, como los periodistas embedded en escenarios de guerra. Aquí hemos traducido esto como “empotrados”; deberíamos haberlo traducido como “encamados”, porque efectivamente te convierten en compañeros de cama.
Y eso tergiversa la realidad… No es casual donde tú pones la cámara. Si en una manifestación la pones con los policías estás viendo cómo los manifestantes tiran ladrillos o lo que tienen a mano; pero si la pones con los manifestantes, estás recibiendo los chorros de agua y las balas de goma de la policía, y la percepción de quién está ejerciendo la violencia es muy diferente. Si alguien agoniza de hambre en el suelo y pones la cámara arriba estás teniendo un ángulo de superioridad que te distancia; si la pones a la altura de sus ojos estás metiendo un ser humano en el comedor de la casa del espectador. No hay nada casual, y creo que la información es cada vez más fría y de peor calidad, a pesar de que se diga todo lo contrario.
Tal vez por esto, desde Buscamundos, Vicente Romero ha venido dedicando últimamente su empeño a enseñar ambientes poco conocidos, a ensanchar las miradas más allá de los tópicos.
¿A qué se debe esa búsqueda permanente de experiencias distintas? Porque a mí me gusta la gente de verdad. Mira, durante décadas y décadas, debajo de las ventanillas de los trenes de Renfe había unos cartelitos en los que ponía: “Es peligroso asomarse al exterior”. Nos han estado mintiendo con aquella frase; asomarse al exterior no es peligroso, es imprescindible. Hace poco he hecho un viaje en el tren Gran Capitán, que sale de Buenos Aires y va hasta Posadas, cerca de las Cataratas del Iguazú. Es un tren que han mantenido sus propios trabajadores, los vagones y las máquinas están hechos con restos de otros vagones, las vías tienen un estado tremendo… se sabe cuándo sale, pero nunca qué día llega. Es el tren de los pobres, baratísimo. Entras y la gente saca la tartera, y todos comparten los bocadillos y el vino, y se forma una comunidad donde se acaban contando las vidas, se discute, se canta… Eso es asomarse al exterior.
Esto desmiente a quienes sostienen que viajar es elitista. Siempre se ha dicho que las distancias no se miden en kilómetros, ni en horas, sino en lo que te cuesta pagar el viaje. Pero a veces es más caro quedarte unas vacaciones en Madrid que marcharte a un país donde el cambio de moneda te da una serie de ventajas y accedes a una vida enormemente interesante. Es caro viajar a hoteles de lujo. Pero no lo es tanto siempre que no quieras estar en una burbuja de bienestar allá donde vayas, que aceptes renunciar a esos lujos, que muchas veces se buscan porque se asocian a la seguridad.
Observador de la realidad como pocos, Vicente Romero ha seguido hasta hoy trabajando para la televisión pública, esquivando incluso las prejubilaciones de mayores de 50 años que tuvieron lugar con el Gobierno de Rodríguez Zapatero. Ahora, con los cambios que se están produciendo en TVE, su futuro es una incógnita, pero nadie podrá quitarle ya la experiencia ni los conocimientos acumulados.
Desde que usted empezó a salir por el mundo ha habido infinitos cambios en las formas de viajar, pero, ¿y en el fondo? ¿Hemos evolucionado algo? No, incluso en la forma: los primeros grandes aviones eran de finales de los 60, que hasta iban más rápido. Creo que el mundo es peor ahora, porque antes había una esperanza de poder cambiarlo y hoy existe un sentimiento de derrota, en el que nos han robado hasta las palabras. La última vez que leí la palabra “revolución”, que en el fondo significa un cambio profundo de las cosas y por cuyo significado verdadero han muerto miles de personas, fue en el escaparate de una caja de ahorros y se refería a un crédito. El mundo es mucho más difícil, más despiadado y más injusto que antes. Solo en las zonas más empobrecidas del planeta se mantienen la esperanza y algunos ideales.
Pero últimamente han surgido movimientos contestatarios en países desarrollados, España incluida. Creo que hay un sentimiento de malestar, porque es evidente que la esencia de esta sociedad es el reparto desigual y la injusticia. Y hay una serie de gente, no necesariamente jóvenes –conozco jóvenes totalmente alienados, cuya mayor ambición es trabajar en una corporación financiera-, que tiene una percepción de la injusticia que la rodea y que no está alienada. En ese sentido hay una cierta esperanza, pero es muy difícil que todo eso cuaje en nada, el sistema ha perfeccionado una serie de instrumentos de dominio que a mí me hacen ser muy pesimista. Prefiero casi no hablar de eso para no contagiarle el pesimismo a nadie.
Le propongo un breve ping-pong de despedida. ¿Cuál fue la mejor noticia que haya dado? Posiblemente, las condenas a cárcel de algunos genocidas en la Argentina.
¿La más triste? La de la exigencia de pago de Nestlé por los productos consumidos en Etiopía cuando ese país estaba sufriendo una de las peores hambrunas de su Historia.
¿La que le gustaría dar? Que todos los presidentes y consejeros de administración de las cien principales corporaciones mundiales han sido condenados a 30 años de prisión picando piedra con un traje y un gorro a rayas, como en las viejas películas.
¿Y un momento de la historia que le hubiera gustado narrar? La victoria de los indios sioux en Wounded Knee, cuando consiguieron matar al general Custer, victoria por otra parte absolutamente pírrica, porque fue una matanza terrible de indios. Pero en general, todas las batallas que hayan significado el triunfo del hombre sobre la intolerancia y la injusticia.
Rodolfo Chisleanschi
(Publicada parcialmente en la revista Paisajes desde el Tren. Marzo 2012)