España y Argentina, dos realidades y algunas (curiosas) coincidencias

Pertenecer a dos países, uno a cada lado del mundo; vivir más o menos atento a dos realidades; conocer, o como mínimo tener una aproximación, a la Historia, el devenir y el pensamiento de dos poblaciones en apariencia alejadas y con dinámicas diferentes, genera un buen cúmulo de inconvenientes. El desarraigo, la ambivalencia, la melancolía… Pero también otorga las ventajas de la perspectiva, de cierta serenidad en el análisis y de la posibilidad de realizar comparaciones, que según como se hagan, no tienen por qué resultar odiosas.

Anoche, mientras en España ya era hora de irse a la cama, en la Argentina daba comienzo una nueva manifestación en contra de las políticas del Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner, la tercera de estas características, por lo que ya ha dejado de ser una novedad.

Tampoco fue novedoso encontrar mi red social invadida por carteles -algunos muy duros- que criticaban a convocantes y participantes en la manifestación. Pero había algo que llamaba mi atención más que otras veces. Era tarde, mi capacidad de pensamiento estaba reducida y preferí no decir nada. Esta mañana me di cuenta de lo que ocurría.

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Analicemos algunos de estos carteles. Fueron subidos a la red por partidarios y defensores del Gobierno de Cristina. Y se apoyan en los votos y los resultados electorales para deslegitimar el derecho a protestar, a quejarse, a decir que hay cosas en la acción de ese Gobierno que a un sector -bastante amplio, según parece- de la población argentina no le gusta cómo se están haciendo.

Está bien. Efectivamente, en una democracia gobiernan los más votados. Pero lo curioso, muy curioso, es que se trata exactamente del mismo argumento que utiliza en España el Gobierno de Mariano Rajoy para deslegitimar las protestas de plataformas, «indignados» y opositores de todo pelaje. Y lo paradójico es que muchos de los que colgaron esos carteles en facebook o twitter son los mismos que desde la Argentina dicen «Me gusta» o comparten las entradas donde se relatan las acciones que realizan desde los afectados por la hipoteca al 15M, pasando por sindicatos o partidos de izquierda en España.

El PP, es decir, la derecha más rancia, gobierna con mayoría absoluta en Madrid. Y el peronismo K, es decir el ala situada más a la izquierda dentro del Movimiento Justicialista, lo hace de igual modo en Buenos Aires. Tienen en sus respectivos congresos votos suficientes para aplicar sus criterios sin necesidad de demasiados pactos, con alguna dificultad más en el caso argentino, pero no mucha. El problema es que en ambos casos parecen haber olvidado la segunda parte de un precepto fundamental de las democracias: gobiernan las mayorías sí, pero con absoluto respeto hacia las minorías. Eso debería significar escuchar, debería significar aceptar sugerencias, e incluso pactar para contentar a la mayor cantidad de población posible, no solo a los votantes propios.

Esto, ya lo sabemos, lamentablemente no suele ocurrir. Si es que alguna vez existieron, que estaría por verse, los grandes estadistas que pensaban en sus países como un todo y no como una lucha partidaria por detentar el poder han desaparecido de la faz de la Tierra. Casi como los dinusaurios…

Cacerolas 2Y los políticos de estos tiempos, no contentos con la sectarización de sus discursos y líneas de actuación, cometen un fallo aun más grave: trasladan su dogmatismo, sus peleas y sus luchas de intereses a sus partidarios, los contagian, y les hacen caer en incoherencias como la señalada anteriormente: criticar en un sitio lo que se aplaude en el otro.

Las minorías, en España, Argentina y en cualquier lado, tienen toda la legitimidad del mundo para quejarse, para protestar, para decir que sienten que no se presta atención a sus derechos y no se respeta su manera de pensar. Y si esas minorías y esos reclamos son capaces de congregar a grupos cada vez más numerosos de población deberían merecer una única lectura por parte de los gobernantes, sus partidarios y sus defensores: que hay algo -o más de una cosa- que se está haciendo mal; que hay una parte importante de compatriotas que no se siente respetada, o que no está de acuerdo con las políticas adoptadas… o lo que sea. Pero en todo caso, merece ser escuchada, y en lo posible, atendida en sus reclamos.

Para el PP, los indignados, los que organizan los escraches, los que asaltan simbólicamente algún supermercado de tanto en tanto, son la «izquierda radical», «antisistemas» que quieren conquistar el poder fuera de la democracia y torcer la voluntad popular sin pasar por las urnas, porque el día de las elecciones pierden. Para el gobierno K, los que golpean cacerolas y se manifiestan en las calles o los medios son «gorilas» o «golpistas» que quieren conquistar el poder fuera de la democracia y… bla, bla, bla. ¿Se ven las coincidencias? Pero como las ideologías son opuestas, los que en un lado critican a quienes se quejan, en el otro apoyan las protestas. Y viceversa. Es decir, se es más o menos demócrata según el cristal con que se mira y el color de la camiseta que se lleva puesta.

En realidad, la única coincidencia real es la intolerancia ante el disenso, prima hermana del fanatismo. Y esa es una enfermedad grave, muy grave. De la que deberíamos curarnos todos, en Argentina, España o en cualquier parte, porque es un cáncer que nos corroe y nos incapacita como personas; nos ciega y nos hace caer en contradicciones absurdas; nos anula, nos divide, y habitualmente -lo demuestra la Historia- nos hace apoyar causas y personas que, por lo general, no defienden más intereses que los de ellos mismos.

Mientras no incorporemos esta lección a nuestras células seguiremos como hasta ahora: arrastrados con más o menos éxito por mareas que parecen acercarse al ideal de cada uno hasta que estallan contra el acantilado más próximo. Y nuestras vidas, y las vidas de las sociedades a las que pertenecemos, seguirán estando aproximadamente en el mismo lugar. Siempre ancladas al punto de partida…

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5 comentarios en “España y Argentina, dos realidades y algunas (curiosas) coincidencias

  1. Aguda observación la tuya y la conclusión que se me ocurre es que la democracia no es un valor absoluto, sino solamente otro instrumento más de la política. Y de lo que se trata siempre es de apoyar a los menos malos para los intereses colectivos de los trabajadores.
    Se repudian las políticas leoninas del PP porque en todo caso están traicionando a esos votantes que le han dado la mayoría en el Congreso.
    Otra diferencia no menor entre lo que ocurre en los dos países es que la Sociedad Interamericana de Prensa (SIP), o sea el sindicato que agrupa a las corporaciones de medios que se consumen a ambos lados del Atlántico, trabaja duro en contra de los gobiernos populistas latinoamericanos y en cambio justifica lo mejor que puede y sin sonrojarse el expolio en progreso en España ahora mismo. Y sí, los llamo populistas porque lo son, pero así y todo los considero menos dañinos para la especie humana que a los que están desmantelando Europa de esta manera tan eficiente.

  2. Y menciono el accionar de la SIP, porque el efecto de su prédica coral incide y mucho en el juego democrático, con lo cual una victoria electoral con la SIP en contra se me hace mucho más legítima que otra conseguida con el favor casi unánime de los medios masivos.

  3. Gracias por tu acertado comentario Pablo. Y sí, es verdad lo que dices de la SIP, aunque contar con el aparato del Estado a favor tampoco es un elemento desdeñable. Como dato a tener en cuenta, siempre recuerdo que en las primeras elecciones que ganó Aznar en España, Felipe González contaba con los medios del Estado a su favor, y con el grupo Prisa, dueña de los medios más leídos y escuchados del país (El País, cadena SER), y perdió igual. Es decir, no hay verdades absolutas.

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